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Ensoñaciones

Words on a hot roof

Words on a hot roof Primero fueron letras,
dispuestas en espacios amplios.
Sin tapias. Sin almenas.
Palabras sinuosas que componen legiones impresas.

Hallé vocales:
en el desván, bajo las tejas.
Entre los surcos que dejó la niebla
encontré una h: era una hoguera.

Palabras que el cierzo acuna.

Palabras viejas.

La hoguera, encendida, les tuvo pena.
Mientras, los troncos ardían.
Volutas ligeras conformaron poemas.

Palabras, poemas…
Sólo ellos, cuando murmuran, hacen más leve la espera.

La Arquitectura de tus Huesos

La Arquitectura de tus Huesos

El proyecto que impulsa Luisa Miñana con "La Arquitectura de tus Huesos" está a punto de alcanzar su punto final. Esta semana ha subido a la red un capítulo en el que Miguel Ángel Latorre aborda las conexiones entre la arquitectura y la poesía. Adjunta con su fotografía dos textos de Neruda y Miguel Hernández en los que se hace referencia a la "construcción" de una casa que parte del llanto y el desgarro para llegar a la primavera y la esperanza.

A mí me ha emocionado.

Primavera

Primavera

Sólo luz....

 

La foto se la he "robado" a Carlos.

Nombre

Es hoy mi nombre sombra que fue.

Nuda soledad lo habita.

Es hoy mi nombre estela yerma de silencios.

Es únicamente huella, marca indeleble, desierto.

Es hoy mi nombre un huérfano hueco.

Es hoy mi nombre un abismo que crece.

Mi pecho anhela calor, ¿lo tienes?

Es hoy mi nombre lamento.

Es únicamente anhelo, codicia, espera, deseo…

Es hoy mi nombre un indicio.

Es hoy mi nombre tu aliento.

Es hoy mi nombre sombra que fue.

Si me nombras, la soledad es fuego.

 

 

 

Ausencia

Ausencia

Me he cruzado contigo bajo el magnolio. Ése al que han cortado las ramas para evitar que sirvan de almena a los miles de pájaros ruidosos que lo habitan. Enlazando nuestras miradas, el aliento ha escapado entre los labios acariciándose con la levedad del cierzo. Sin palabras. Sólo el corazón y el viento.

 

La foto, aquí.

Fernando Sarria

Fernando Sarria

Este fin de semana me voy a deleitar con este poema de Fernando Sarria.

 

 

 

 

 

 

 


¡Hay tantas palabras que te esperan
en la simiente de la lluvia!...
Mientras yo miro el horizonte
y me estremezco
al sentirte respirar entre los muelles.

 

 

La foto, aquí.

Que pare el mundo, que me bajo

Dicen que el mundo gira alrededor del sol y sobre si mismo. Yo quiero bajarme. Por favor, que pare sólo un momento que me bajo. Y, si me lo permiten, me quedo un ratito en una esquina recóndita, donde no llegue el sonido, ni la luz, ni las palabras. Donde sólo exista el silencio, ése que conozco tan bien.

Más flores

Más flores

Tengo en mi casa, encima de la mesa de la cocina, dos pequeños manojos de flores amarillas. De esas que crecen libremente junto a las veredas. Parecidas a las que uno puede encontrar cuando un domingo por la mañana sale a dar una vuelta por los campos de los alrededores. Muy similares a las ves cuando recorres un sendero de montaña. Parecidas a aquellas que, cuando éramos pequeños, arrancábamos sin cuidado en una carrera desenfrenada por llegar al final del camino antes que nadie.

 

Son dos pequeños ramilletes de un verde musgo en el que las flores, de amarillo intenso, se yerguen orgullosas durante el día y se vuelven tímidas al abrigo de la noche escondiendo su rostro y velando sus pétalos hasta que el amanecer les devuelve a la vida.

 

Las flores que han llegado a mi casa no tienen el relumbrón que presentan esas grandes margaritas que se asoman a los escaparates de algunas floristerías, ni el perfume insípido de los frutos de invernadero, ni los pétalos perfectos que sólo el jardinero consigue a base de injertos y humillaciones.

 

Nada de eso. Mis flores, las amarillas, tienen la fortaleza que les ha conferido una tierra parda, la tristeza de una tarde de invierno en la que el cierzo ha soplado hasta casi arrancarlas de su base, la humedad de esa lluvia que cae constante y liviana pero que empapa los campos. Mis flores, las amarillas, tienen imperfecciones, rasguños, heridas profundas también, fruto de los vaivenes a los que las ha sometido la corriente que genera el viento cuando sopla cerca del agua y levanta las hojas. Esas niñas mimadas del viento, que viajan sin orden ni concierto. Esas criaturas caprichosas que unas veces suben y otras veces bajan. Esos vestigios que resisten el invierno a la espera de una primavera que cada día está más cerca.

 

No recuerdo cuándo fue la última vez que hubo flores en mi casa. Quizá coincida con aquel tiempo en el que aún sabía besar. Pero si de algo estoy segura es de que aquellas fueron flores de invierno, frías, sin aroma, perfectas y duras. No como las que ahora adornan mi casa. Mis flores, las amarillas, han traído un calor desconocido. Una ternura que emociona. Un aroma tan intenso que, aún cuando no estén, seguirá impregnando cada espacio de mi hogar. Una luz que se refleja en todos y cada uno de los pétalos de todas y cada una de las flores amarillas de esos dos ramilletes verdes. Mis flores, las amarillas, las que han llegado por sorpresa, sin saber muy bien cómo ni cuándo, han conseguido además aflorar algunas preguntas que aguardaban ocultas en un corazón puro. Preguntas directas, duras, incisivas, ansiosas de encontrar respuestas. Preguntas que duelen pero que alumbran una nueva certeza. Preguntas que otros querrían formular y por respeto no plantean. Preguntas que sólo la inocencia con la que se expresan convierten el dolor de la respuesta en una herida más liviana.

 

Mis flores, las amarillas, duermen ahora acunadas por el fondo acuoso en el que se bañan.

Mis flores, las amarillas, esconden sus pétalos. Tímidas, vergonzosas.

Mis flores, las amarillas, despertarán mañana con el valor que les dio la tierra.

Mis flores, las amarillas, volverán a desplegar sus pétalos con el esplendor que sólo un sol radiante permite.

Mis flores, las amarillas, suspirarán con la caricia del rocío.

Mis flores, las amarillas, extenderán sus pétalos y, unidas, aguardarán el verano.

 

La foto, aquí.

On a hot roof

On a hot roof

 

Bajo las tejas, la oscuridad que inunda el alma

esconde jirones ajados,

retazos de vidas antiguas superpuestas,

enlazadas, muertas.

 

Entre las tejas, surcos profundos preñados de ausencias,

se oculta la escarcha.

Y en ellos, las hojas, niñas mimadas del cierzo,

empapan el dolor de la espera.

 

Sobre las tejas, donde nunca miras,

creció un tapiz de ternura

en el que las risas, huérfanas eternas,

han calentado su urdimbre

dibujando el sol y la niebla.

 

Foto: M. A. Latorre

Cosas que preferiría no saber

 

Hay cosas que preferiría no saber. Porque me hacen daño; porque no me gustan; porque hacen tambalear planteamientos largamente analizados,; porque me dan pistas sobre el dolor ajeno; porque se instalan en el centro del cerebro horadándolo de dentro hacia fuera y de poco a mucho; porque hacen que me despierte de madrugada; porque me sitúan en un lugar en el que no deseo estar aunque haya sido elegido; porque me convierten en alguien nocivo; porque me hacen pensar que no soy quien yo creo ser; porque me llevan a terrenos procelosos que, por desconocidos, me asustan; porque me hacen dudar; porque me llevan a situaciones que creía superadas; porque ya soy muy mayor para aventurarme en paisajes exóticos; porque me instalan en la duda permanente; porque me hacen daño. Porque me hacen daño... hay cosas que preferiría no saber.

El color de la semana

El color de la semana

 

Durante muchos años, y aunque ya no recuerdo las equivalencias exactas, los días de la semana tenían diferentes colores para mí. El mejor día era siempre el jueves. Hacía mucho tiempo que no pensaba en ello pero hoy, merced a un pequeño detalle, leo mi jornada en verde y rojo. A pesar de ser lunes, es un día alegre, redondo, completo, tierno, nuevo, esperanzador y sobre todo, sobre todo, verde y rojo. Muy rojo.

 

 

La foto, aquí.

Fernando Sarria

Porque él lo expresa tan bien... Porque me gusta lo que dice.... Porque me siento un poco así.... Porque vengo del silencio... un silencio que empieza a llenarse de palabras... Porque yo sueño también con mundos distintos y los veo en cada gota de rocío o en cada hoja de mis hayas.... Porque también soy simple... Porque no sé si llegan a cuatro verdades pero alguna certeza he obtenido... Porque mis manos se quedan huérfanas después de un roce tan dulce...

Por eso, traigo aquí un nuevo poema que Fernando Sarria publica en su blog.

 

Vengo desde el silencio,
un desierto de invierno me precede
y hace sofismas de la lluvia
como si en su toga se escondieran
las cuatro verdades que conozco.
Soy tan simple
que veo en cada gota de rocío
un mundo apresado en su infinito sueño
y ese rumor de campanas
y restos de estrellas
que quedan en mis manos cuando te tocan.

Caricia leve.

Así es tu aliento.

Casi lamento. Un susurro impreciso.

Escarcha y cierzo anudan tu ausencia

pariendo un vacío, tan oscuro y denso,

que atenaza el alma y la viste de invierno.

 

Vacío

Vacío

Ha paseado tan cerca del cielo… saboreando casi su textura,  

 

que, al saltar para atrapar las nubes, jirones de escarcha arañaron sus manos.

 

Y, de nuevo, el vacío avasallando su alma.

 

Y el silencio, compañero inevitable, ya no era un consuelo.

 

Porque el camino, siempre duro cuando dibuja paisajes de ausencia,

 

emulaba al juego.

 

Y es entonces cuando el vacío llenaba el espacio que antes ocupó el cielo.  

Foto: Carlos Sancho

Fernando Sarria

Fernando Sarria recibe esta tarde en la Delegación del Gobierno un premio por su poemario "El Alhaquín".

Para variar, y aunque me había hecho la firme intención de acompañarlo, cuestiones laborales me van a mantener alejada de la cita.

Sin embargo, aplaudo desde aquí ese merecido reconocimiento de la mejor manera posible, es decir, reproduciendo uno de los poemas contenidos en su libro.

Porque yo también sé de los olvidos y de las estaciones intermedias. Y porque, sobre todo, aunque soy de natural impulsivo, he aprendido a esperar.

 

Mañana te habrás ido en un tren nocturno
pero ya sé de los olvidos tantas cosas
que nunca temo a las estaciones intermedias.

6235

6235

 

¿Alumbrará el tiempo la pasión o el silencio?

Perenne tristeza que enjuga el olvido.

El cierzo sopla constante acariciando el helecho.

 

Esa sombra oscura,

compañera que vive en tu esencia,

en tu nombre, en tu ser,

hace que el tiempo sea sólo quimera que mido en silencio.

Sin olvidar nunca que hieres con la intensidad del fuego.  

 

Hoy he vuelto a compartir risas y llantos con mi querida Capycua. Ha habido más llantos que risas y sus lágrimas han anegado también mi corazón, que no encontraba palabras de consuelo que paliaran el dolor que la ha quebrado.

 

Porque lo que está por venir es una página en blanco que debemos escribir cada día, porque estoy convencida de que compartiremos más alegrías que tristezas, porque nuestra amistad ha madurado, porque la quiero un montón, porque ella comparte mis secretos, porque cada palabra suya de aliento es un soplo de aire fresco, porque siempre está, porque no merece este sufrimiento, porque podría ser la luz del helecho que permanece en sombras....porque a pesar de su dolor aún ha querido escucharme....

 

Por todo eso, quiero dedicarle este último poema de la serie.

 

Porque el cierzo, que sopla constante, dirá con el tiempo hacia dónde se inclina el helecho.

 

Aguanta, preciosa. Todo llegará. Y será bueno.

 

6236

6236

 

Entre dos puentes, Santa Engracia y Curtidores,

me ha alcanzado tu recuerdo.

Ha llegado hasta los patos, que duermen bajo el helecho.

Me ha rozado tras la higuera,

erguida sin hojas al abrigo de la muralla que la protege del cierzo.

 

Contracorriente, el río ha traído tu nombre,

ahogándome en el recuerdo.

Con la esencia primigenia de la gota que filtra el agua,

senda húmeda y constante,

me ha impedido escapar y ha hecho que fuera a tu encuentro.

6252

6252

 

Yo soy luz y tú helecho.

Gota de rocío que resbala en un lamento.

 

Yo soy cierzo y tú silencio.

Campo de amapolas; gavilla de heno.

 

Yo soy fuego y tú hielo.

Ascua encendida y olvido tierno. 

 

Yo soy luna y tú firmamento.

Relámpago y nube; confín y extremo.

 

Yo soy verano y tú invierno.

Tarde de playa y refugio cierto.

 

Yo soy patria. Tú, un bosque extenso.

Hogar y cobijo; flores y hayedo.

 

Yo soy la ola. Tú, un mar que agita el viento.

Sal y espuma; lágrima y anhelo.

 

Yo soy la roca. Tú eres mi arena.

Ardiente abrigo que sacia el deseo.

 

Yo... soy vida.

Y tú, sólo tú, mi aliento.

6256

6256

Cuando vuelvo la vista atrás veo que esta bitácora, que nació como una breve aventura narrativa, va camino de cumplir los dos años de vida. En este tiempo, he escrito fundamentalmente sobre mi vida, acerca de mis deseos, mis frustraciones, mis sueños. He hablado también sobre lo que me gusta o acerca de mi posición sobre determinados temas o situaciones. Y siempre he procurado hacerlo desde el respeto, con la firme intención de no herir a nadie y sólo con el deseo de dar cauce a un impulso vital.

 

En este camino he encontrado nuevos amigos, he recuperado a otros que creía olvidados, y posiblemente habré perdido también alguno porque el tiempo que le dedico al blog lo detraigo del que antes empleaba en otros quehaceres.

 

Lamia, el alter ego que representa la parte más desconocida de mi misma, ha permitido mostrar una cara que no es la que habitualmente ven quienes me rodean. A veces incluso ha mostrado facetas que yo misma desconocía. En este trayecto, para elaborar mis textos me he inspirado en la cotidianeidad de la vida, en quienes me rodean, en las cosas que me ocurren, en noticias, imágenes, historias...

 

Sin embargo, tanto el blog como yo misma hemos evolucionado y eso me ha permitido afrontar retos que hace un año y medio ni siquiera hubiera soñado. He osado escribir sobre cuestiones de las que desconocía casi todo. He opinado, he llorado, he reído, he cantado... Y en ese camino, he utilizado citas, imágenes, canciones, palabras de otros. Retazos de vidas que tomo prestados y que me han inspirado pequeños mundos privados.

 

Este inicio de año, en el que el silencio que buscaba se ha visto apagado en parte por el ruido que han hecho -mucho- quienes me quieren -mucho- y me han arropado estos días, me ha permitido alumbrar una serie de textos que parten de las imágenes que un fotógrafo generoso como pocos me ha prestado para construir historias imaginadas. A partir de las fotografías de M. A. Latorre, que las ha concebido como una serie única en la que la luz y las plantas son las protagonistas absolutas, yo he desarrollado un conjunto de textos que también constituyen una serie: un continuo que nace del bosque, ése que está lleno de hayedos y en el que mi alter ego busca siempre respuestas.

 

Esta es la primera de las piezas de la serie, que vuelvo a traer aquí a pesar de ya la publiqué hace unos días, y que verá su continuidad con otras tres fotografías y sus correspondientes textos. Cada elemento lleva una numeración, que es la que corresponde a la imagen que le acompaña, porque hasta ahora no he sido capaz de encontrar una palabra que permitiera identificar y resumir los textos. Salvo quizás un nombre propio, que podría englobarlos a todos.

 

 

Si alguien dice que te amo...

pregunta cuánto.

Y te diré: un destello.

El espejo de la luz sobre el helecho caduco;

instante de cordura en un sueño inalcanzable.

El recuerdo del suspiro que la ola bosqueja en la arena.

Un copo de nieve fundido en los dedos. Un pedazo de cielo.

El lamento del cierzo enlazado en un árbol.

El vacío que deja el deseo. Un hilo de seda, un puente.

También un silencio.

 

Si alguien dice que te amo...

pregunta cuándo.

Y yo diré: sólo un momento.

El encuentro de miradas fundiendo el abismo que recrea la Nada.

Espejismo de cuerpos desnudos.

Las burbujas de una copa.

Un reloj de arena.

El sol y la luna. El mar y la roca. La arena y el viento.

Un momento en el ruido.

Y también, ¿por qué no?, en todos los silencios.

 

Si alguien dice que te amo...

pregunta hasta cuándo.

Y, en la distancia, diré: mientras llega tu voz.

Hasta el último aliento.

En cada palabra,

en el brillo de los ojos,

en el gesto: en tu desaliento.

El anhelo de tus besos.                                                                                  

Lo que queda en el recuerdo:

ese calor de tu mano acunando el silencio.

 

Si te dicen que te amo... atiende al viento.

Quizás las miradas, el sol, la luna, la arena, el helecho,

el deseo, el recuerdo, un suspiro o un beso....

puedan vencer este silencio.

De copos de nieve y palabras

He extendido la mano y, entre los dedos, se han deslizado unos copos. Como una caricia, igual que algunas palabras.