De la hora de la cena a la amistad, pasando por el corazón
La hora de la cena es el momento que mi hijo aprovecha para contarme algunas de las cosas que le preocupan. Hoy hemos abordado el tema de los amigos. En un momento en el que los colegas empiezan a tener una importancia vital, siente que alguno de los que componen su círculo más íntimo no responden a las expectativas que él ha puesto sobre ellos.
Ha seguido una "profunda" conversación sobre la amistad, la necesidad de cultivarla y la conveniencia de trabajar para que ese sentimiento no se pierda sino que, con el paso del tiempo, profundice y se fortalezca. Y sobre la conveniencia, también, de cortar aquellas ramas que surgen podridas porque podrían llegar a contaminar toda la planta.
La conversación me ha hecho reflexionar sobre mis propios amigos y, una vez más, he vuelto a ser consciente de lo afortunada que soy y de cómo mis propios "colegas" me han acompañado en los mejores y los peores momentos.
Es cierto que en la vida de uno acaba habiendo muy pocos amigos verdaderos. Quizá podrían contarse con los dedos de la mano. Tengo una amiga que es como si fuera una hermana. Nos conocemos desde nuestra niñez y juntas hemos vivido nuestros primeros amores, la preocupación por los estudios, el descubrimiento del mundo, aquellos viajes surrealistas llenos de risas, los desamores, los éxitos y los fracasos, los anhelos más íntimos... Ella es mi AMIGA.
Es verdad que hay otros que, en mi círculo de confianza, ocupan lugares destacados. Pero también es cierto que, a estas alturas de mi vida, hay muy pocos a los que yo les permita reconvenirme o "renegarme".
Sin embargo hay uno que no por reciente es menos amigo. Él me hace llorar a veces, con él me río, es un ángel de la Guarda en muchas ocasiones, me tomo muchos cafés alegres, sombríos, serios, relajados... Compartimos muchas cosas. Y sólo él conoce secretos que los demás ignoran. Nuestro grado de confianza ha llegado a tal punto que ambos podemos permitirnos el lujo de decirnos cosas que a otros no osaríamos siquiera insinuar y también consentirnos palabras que en el resto constituirían una ofensa imperdonable.
Mi amigo, mi compañero, hoy me ha reñido. Me ha reconvenido porque escribo. Y, más que nada, lo ha hecho por lo que escribo. Supongo que, como alguno de vosotros, preferiría que abordara otros temas o relatara cuestiones menos sombrías. Y, por encima de todo, sé que está preocupado por mi bienestar.
Sin embargo, el mes de noviembre pesa como una losa. Y aún queda un buen trecho de subida y toda la bajada. Y, a pesar de que también otra persona me ha dicho hoy que -dada mi vocación/profesión- no debería tener ningún problema a la hora de escribir acerca de cualquier tema, la verdad es terca y la página en blanco no puede ser ajena a lo que pasa por mi corazón y por mi mente. Por eso, y aunque me empeño, los temas no acuden y relleno el espacio con esa música que en este tiempo me ayuda a cubrir las ausencias.
Cada noche repito el mismo ritual. En la habitación donde él duerme, ajeno a mis cuitas, me siento. Porque es ahí donde me gusta escribir. Porque por un oído escucho música y por el otro esa respiración pausada que me habla de un niño sano, feliz. Y es ahí, sin embargo, donde me siento más sola. Frente a la página en blanco. Y cada noche es una batalla. Porque, sin orden ni concierto, las ideas llegan a las yemas de mis dedos, que vuelan veloces sobre el teclado, vertiendo sentimientos profundos y sinceros. Y muchos días, sin el filtro de la noche, que pone las cosas en su sitio y las devuelve al lugar que les corresponde, subo los textos al blog. Piezas que, cuando leo más tarde, casi no reconozco salvo por un eco lejano. Por eso, y porque he querido hacer caso de mi amigo, he empezado escribiendo acerca de la amistad y he terminado hablando de otras cosas. No obstante, porque sus consejos siempre son certeros, voy a perseverar y trataré de seguir sus indicaciones. Sin embargo, y aún cuando he tratado de renunciar a la escritura, la necesidad es más grande que mi determinación y las palabras surgen en cada momento y las ideas se agolpan en los dedos a la espera de encontrar esa senda blanca que las conduce al papel, donde toman forma y conciencia y se convierten en una realidad ajena a la mía.
En cualquier caso, muchas gracias t., porque has conseguido que la tarde fuera más alegre que la mañana. Y te prometo que voy a intentar escribir en los próximos días sobre esa estampida a la que nos referíamos el otro día y que tantas carcajadas nos arrancó.
9 comentarios
Lamia -
Un abrazo.
Javier López Clemente -
Salu2 Córneos.
Lamia -
Un beso, guapa.
laMima -
Tu amigo intenta que abras tu campo, seguramente para que seas más feliz, pero las cosas son como son ¿verdad?, no importa. Es bueno escuchar consejos dados con cariño, seguro que quien los da sabe también aceptar que no siempre puedes hacerle caso.
¿Sabes? también a mi me preocupa como mis hijos van forjando sus amistades. Quisiera encontrar la forma de que entiendan su importancia...bueno, es cosa de tiempo supongo.
Besos.
Lamia -
amigoplantas -
Ejemplos muy variados, y algunos verdaderamente dolorosos; en todos los casos se fue casi-rompiendo la relación tras semejante acto de "paracaidismo en campo ajeno"
Lamia -
Sofi, está claro que debe averiguarlo sólo pero yo tengo que poner las bases para que, cuando menos, sepa valorar lo que tiene o no tiene.
sofi -
carlitos -