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Elcuerpo y el sistema de salud

A medida que pasan los años uno cree que se conoce bien, que es capaz de reconocer los recovecos de su carácter y, sobre todo, que tiene una relación cercana y estrecha con su cuerpo. Una conexión a veces amistosa y otras no tanto. Sin embargo, cuando uno llega a una edad cree que conoce bien sus arrugas, sus cicatrices, sus marcas y sus pecas.

 

Yo he tenido un lunar diminuto en medio de la espalda desde hace años. No recuerdo cuándo apareció pero sí que, de repente, sin avisar, se fue haciendo más grande. Después, se puso pesadito y empezó a picar...

 

Nuestro sistema de salud y sus grandes campañas me decían a todas horas que tenía que revisar mis lunares, vigilar mis pecas, hacerme revisiones periódicas, en definitiva prevenir. Y, como yo soy muy previsora, pedí hora para que un especialista me estudiara el lunar. Tan sexy él que quedaba en medio de la espalda.

 

Como todo en el sistema de salud, la cita llegó con seis o siete meses de retraso. La doctora que me vio, para no pillarse los dedos, dijo que no había problema pero que era mejor quitarlo. Una vez más, el sistema de salud, volvió a tardar otros seis o siete meses en citarme para quitar el lunar.

 

El pasado mes de junio, un médico muy dicharachero se dedicó a hacerme un costurón indecente donde antes estaba mi pequeño lunar. Y al pobre se lo llevaron para decirme si era lo suficientemente bueno para mi o se había vuelto malo malote (como dice mi profe de salsa).

 

El médico dicharachero del costurón volvió a citarme (esta vez sí) con una cierta agilidad para decirme que la anatomía patológica estaba bien (lo que luego ha resultado ser una verdad a medias) pero que era conveniente que me volviera a ver el dermatólogo, que era quien en primera instancia había decidido privarme de mi lunar.

 

Vuelta al sistema, vuelta a la citación... y otros seis meses de espera.

 

Esta mañana, cuando esperaba terminar con una historia que ha venido durando casi dos años, la señora dermatóloga ha vuelto a revisar la anatomía patológica y me ha dicho que lo mío era un nxavamuhgaa dakkmpijdiuak. ¿Suena a chino, verdad? Pues así me ha sonado a mí hasta que he hablado con ese amigo médico que todos tenemos y que cuando le he preguntado qué era el palabro directamente ha querido saber quién lo tenía. ¡Qué listos son los amigos médicos!

 

En definitiva, me han quitado un lunar en el que se estaban desarrollando células precancesoras. Ya sé que LO HAN QUITADO. Sé que NO ESTÁ. Pero la mera idea de pensar que en mi espalda he tenido células precancerosas me quita el sueño.

 

Y esto me lleva hasta donde yo realmente quería llegar.

 

Nuestro cuerpo y nuestra mente son tremendamente sabios. Siempre nos avisan cuando hay algo que no funciona bien. Pero nosotros, la mayoría de las veces enredados en una vida de locos, hacemos oídos sordos y posponemos decisiones y cuidados que no se deben dilatar.

 

Nuestro cuerpo y nuestra mente acusan también toda esa falta de cuidados, todos los problemas (reales o imaginarios) a los que nos enfrentamos. Dejamos siempre para un mejor momento las revisiones, los análisis, el ejercicio, la buena alimentación... Porque hay otras cosas más urgentes, que no importantes, que copan nuestra atención.

 

Como ya he contado en alguna ocasión, los últimos años han sido bastante complicados. Mi atención se ha centrado en resolver necesidades y problemas urgentes olvidando los realmente importantes. Es ahora, cuando la calma ha vuelto a mi vida, el momento en el que empiezo a escuchar mi cuerpo y mi mente. Ambos andan un poco resentidos del mal trato que les he dado estos años.

 

Los médicos hablan siempre de la estrecha relación que hay entre cuerpo y mente y de cómo nuestra actitud ante la vida y las situaciones que tenemos que afrontar condicionan asimismo la relación entre ambos.

 

Entre muchos de los temores a los que vengo enfrentándome se encuentra el miedo a que mi mente pase factura a mi cuerpo por los excesos cometidos. Cualquier que lea esto podría pensar que me he dedicado a la bebida o algo así. En mi caso la droga que causa los problemas tiene un nombre propio aunque, afortunadamente, cada vez la tomo en menores dosis. Gracias a ello he podido vencer los ataques de asma, he conseguido encontrar ropa normal en tiendas normales, he dejado de tener aquellos terribles dolores de cabeza... En fin, que estoy como una rosa... Bueno, una rosa a la que le han quitado un pétalo que se había marchitado.

 

Ahora sólo queda la duda de si algún día otro pétalo podría volver a desprenderse del tallo. Y en el caso de que así fuera, si ese desgarro sería beneficioso para el resto de la rosa o arrastraría consigo la flor.

2 comentarios

Lamia -

Vengo con el ánimo subido. Acabo de estar con unos compas que hacía tiempo que no me veían y, la verdad, sus palabritas me han dado un aporte extra de energía.

carlitos -

impresionante testimonio sobre la salud. Deseo que te ocurra como a mí me ocurrió cuando hablé de la "enfermedad saludable". Al final nos damos cuenta de que nos queremos más de lo que creíamos y nos molestamos en cuidarnos más a nosotros mismos. Un beso