Ausencias y pérdidas
Hace unos días leía en un blog el dilema en el que se encontraba su autor ante la necesidad de acompañar a alguien que recientemente había perdido a un familiar cercano. El bloggero se preguntaba sobre la conveniencia de llamar, acompañar, abrazar, hablar... Concluía asegurando que nunca sabía cómo actuar en estos casos.
Un amigo acaba de sufrir una pérdida importante. Tras varios meses de lucha, un familiar muy cercano ha fallecido de forma inesperada porque imprevista es siempre la marcha de nuestros seres queridos. Independientemente de la edad que tengamos y al margen de si hemos cerrado todos nuestros capítulos pendientes con la persona que nos deja, siempre tienes la sensación de que no ha sido suficiente, siempre hubieras querido más.
Yo tuve que enfrentarme a la muerte de mi padre a punto de cumplir los quince años. Durante un año interminable luchó contra el cáncer, nos dio a todos una lección de valentía y se fue como había vivido: en paz. Sin embargo, ni mi edad ni mi escasa experiencia vital me habían preparado para una pérdida tan importante. Se fue justo cuando empezaba a conocerlo. He tenido que ir construyendo la figura de mi padre a partir de los retazos que he recuperado de mi madre, mis tíos, sus amigos... Y ha crecido ante mis ojos con la ventaja que otorga el hecho de que quienes lo amaron han olvidado sus posibles defectos.
Yo tardé muchos años en superar su pérdida. Al principio me negaba a aceptar el hecho de que nunca más estaría junto a mí, de que no podría acompañarme en ninguno de los momentos señalados de mi vida. Después porque, con esa rebeldía propia de la adolescencia, odiaba a todos los que se habían quedado. Con el tiempo aprendí a vivir sin él pero sólo hace un par de años he sido capaz de reconciliarme con su memoria y ahora, no sólo puedo hablar de él sin dolor ni nostalgia, sino que revivo muchos de los buenos momentos que pasamos juntos.
Cuando alguien importante para nosotros se va, la sociedad "moderna" nos insta a mantener nuestros sentimientos en la esfera privada, nos recuerda que está mal visto que seamos débiles, que derramemos nuestras lágrimas. Sin embargo, cualquier estudiante de Psicología de primer año de carrera nos asegurará que ante la muerte hay que realizar un duelo. Un duelo que pasa por varias etapas en las que, sin duda alguna, las lágrimas ocupan un lugar muy importante.
Por lo que respecta a los abrazos.... No se dónde leía también el otro día que estamos creando una sociedad en la que cada vez es más extraño el contacto físico. Estamos en un mundo aséptico, estéril y distante. Que es todo lo contrario a contaminado, apasionado y cercano. Por eso nos resulta tan difícil demostrar nuestro afecto a través del tacto. Entre otras cosas, porque, como no está bien visto, ese contacto físico muchas veces conduce a malentendidos difíciles de enderezar.
Yo, sin embargo, reivindico las lágrimas y los abrazos. Cuando alguien sufre necesita saber que estás a su lado: acompañando, escuchando. No hacen falta consejos porque la persona que sufre muchas veces sólo necesita hablar. A medida que desgrana sus sentimientos, estos se hacen reales y puede asumirlos y superarlos. Aquello que no se formula acaba siendo una sombra que nos persigue como un fantasma, contaminando con su estela helada toda nuestra trayectoria vital. Sin embargo, cuando lloramos, cuando nos abrazan haciéndonos sentir que somos comprendidos, cuando nos escuchan, sabemos que ese dolor es real y damos un primer paso hacia la superación.
Con todo cariño, dejo aquí para él un abrazo en forma de canción porque, aunque "no es sencillo echar de menos".... "vuela alto, no te rindas".
7 comentarios
Lamia -
Dessie -
Lamia -
amigoplantas -
Tuvo que ser duro hablar así a su único hijo
No he necesitado "ser más" que él, lo que él quería realmente es que yo fuera feliz
Lo recuerdo con gran cariño
Lamia -
Abedugu -
Nerim -