Apagón
Es curioso. Nunca le ha temido a la oscuridad. Ni siquiera cuando era pequeña. En realidad, no es una persona pusilánime. Bueno, si quitamos que tiene vértigo (y eso consiguió vencerlo este verano subida a los árboles detrás de su hijo en un parque de tirolinas) y le dan miedo los pájaros (contra esto, que es así desde que tiene conciencia, ya no lucha. Simplemente vive con ello). Pero, a parte de eso, normalmente se enfrenta a las situaciones que encierran un cierto peligro con bastante serenidad.
Sin embargo, hoy le ha ocurrido algo sorprendente. Bueno, lo ha sido al menos para ella. Y es extraordinario porque jamás ha temido la oscuridad.
Hoy, que tenía clase de baile, L. A. ha registrado un apagón. Una ausencia de luz total en una noche, que ponía fin a un trimestre de carreras y pequeños sacrificios para poder llegar a clase cada jueves a las ocho y media. Justo cuando bailaba con J. L.
En un grupo en el que la media de edad debe de rondar los 55, J. L. baja bastante ese ratio. Y no sólo eso. Es además uno de los bailarines con los que mejor se desenvuelve en clase. Quizá porque su nivel y el de ella son bastante similares, o quizá porque la hace reír. Y que un hombre consiga arrancarle una sonrisa siempre es un punto a favor del varón, más si llega incluso a la carcajada.
Es curioso pero no baila igual con todo el mundo. Hay compañeros de danza con los que desde el primer momento se entiende a la perfección y se adapta a ellos como un guante y otros con los que, desgraciadamente, cada pieza es una batalla constante por defender un terreno en el que no permite que todo el mundo se deslice. J. L. pertenece, sin duda, al primer grupo.
Estaban bailando cuando la luz ha desaparecido. Completamente. La sala donde bailan no tiene ni una sola ventana. Está al final del local, con lo cual la luz de la calle no llega. Y, de repente, se ha encontrado en medio de la sala, agarrada a la mano de J. L. como si ella fuera una tabla de salvación. Se ha quedado totalmente paralizada e incapaz de reaccionar o de moverse.
El resto de los compañeros ha empezado a buscar los móviles y a tratar de aportar algo de luz al recinto que, os aseguro, para ella ha pasado de ser un lugar de diversión a convertirse en una caverna. Y eso sólo en unos segundos.
Y ha seguido allí parada. En medio de la sala. Agarrada a J. L. Sin poder hacer otra cosa que asir su mano. Sin pensar. Sin hablar. No podía. Sentía el terror congelando la sangre de sus venas.
Y J. L., que es un gamberro, ha empezado a hacer bromas. Sin soltarle la mano. Y se ha metido con ella. Sin soltarle la mano. Y se ha quedado quieto a su lado. Sin soltarle la mano. Y cuado se ha dado cuenta de hasta qué punto se había paralizado el terror, sin música, si luz, sin ver nada, ha hecho lo único que podía sacarle de esa situación: se ha puesto a bailar.
Así contado produce una cierta hilaridad. Una sala llena de gente, ni un solo rayito de luz, y dos destalentados bailando al son de su propio canturreo. Ajenos a todo cuanto ocurría a su alrededor. Así, hasta que ha vuelto la luz. Y entonces, han descubierto que otros hacían lo mismo. Y ha recordado que ya en las cavernas, los hombres, desde los albores de los tiempos, bailaban y cantaban para ahuyentar sus miedos.
Y han seguido riéndose porque, sin saber cómo, ambos han recordado las viejas películas de Fred Astaire y Ginger Rogers y han bailado una salsa al ritmo de aquella vieja canción que ambos interpretaban en "Sombrero de Copa" que decía algo así como "Heaven, I´m in heaven"... y terminaba "dancing cheek to cheek". Eso sí, la han tarareado juntos porque seguían sin música y sin profesor... que les había dejado tratando de buscar el origen del problema.
2 comentarios
Lamia -
laMima -
Yo no tuve baile pero si unas velas y unas risas para sobrellevar el túnel. La próxima vez lo intento bailando.
Besos