Cuando vuelvo la vista atrás veo que esta bitácora, que nació como una breve aventura narrativa, va camino de cumplir los dos años de vida. En este tiempo, he escrito fundamentalmente sobre mi vida, acerca de mis deseos, mis frustraciones, mis sueños. He hablado también sobre lo que me gusta o acerca de mi posición sobre determinados temas o situaciones. Y siempre he procurado hacerlo desde el respeto, con la firme intención de no herir a nadie y sólo con el deseo de dar cauce a un impulso vital.
En este camino he encontrado nuevos amigos, he recuperado a otros que creía olvidados, y posiblemente habré perdido también alguno porque el tiempo que le dedico al blog lo detraigo del que antes empleaba en otros quehaceres.
Lamia, el alter ego que representa la parte más desconocida de mi misma, ha permitido mostrar una cara que no es la que habitualmente ven quienes me rodean. A veces incluso ha mostrado facetas que yo misma desconocía. En este trayecto, para elaborar mis textos me he inspirado en la cotidianeidad de la vida, en quienes me rodean, en las cosas que me ocurren, en noticias, imágenes, historias...
Sin embargo, tanto el blog como yo misma hemos evolucionado y eso me ha permitido afrontar retos que hace un año y medio ni siquiera hubiera soñado. He osado escribir sobre cuestiones de las que desconocía casi todo. He opinado, he llorado, he reído, he cantado... Y en ese camino, he utilizado citas, imágenes, canciones, palabras de otros. Retazos de vidas que tomo prestados y que me han inspirado pequeños mundos privados.
Este inicio de año, en el que el silencio que buscaba se ha visto apagado en parte por el ruido que han hecho -mucho- quienes me quieren -mucho- y me han arropado estos días, me ha permitido alumbrar una serie de textos que parten de las imágenes que un fotógrafo generoso como pocos me ha prestado para construir historias imaginadas. A partir de las fotografías de M. A. Latorre, que las ha concebido como una serie única en la que la luz y las plantas son las protagonistas absolutas, yo he desarrollado un conjunto de textos que también constituyen una serie: un continuo que nace del bosque, ése que está lleno de hayedos y en el que mi alter ego busca siempre respuestas.
Esta es la primera de las piezas de la serie, que vuelvo a traer aquí a pesar de ya la publiqué hace unos días, y que verá su continuidad con otras tres fotografías y sus correspondientes textos. Cada elemento lleva una numeración, que es la que corresponde a la imagen que le acompaña, porque hasta ahora no he sido capaz de encontrar una palabra que permitiera identificar y resumir los textos. Salvo quizás un nombre propio, que podría englobarlos a todos.
Si alguien dice que te amo...
pregunta cuánto.
Y te diré: un destello.
El espejo de la luz sobre el helecho caduco;
instante de cordura en un sueño inalcanzable.
El recuerdo del suspiro que la ola bosqueja en la arena.
Un copo de nieve fundido en los dedos. Un pedazo de cielo.
El lamento del cierzo enlazado en un árbol.
El vacío que deja el deseo. Un hilo de seda, un puente.
También un silencio.
Si alguien dice que te amo...
pregunta cuándo.
Y yo diré: sólo un momento.
El encuentro de miradas fundiendo el abismo que recrea la Nada.
Espejismo de cuerpos desnudos.
Las burbujas de una copa.
Un reloj de arena.
El sol y la luna. El mar y la roca. La arena y el viento.
Un momento en el ruido.
Y también, ¿por qué no?, en todos los silencios.
Si alguien dice que te amo...
pregunta hasta cuándo.
Y, en la distancia, diré: mientras llega tu voz.
Hasta el último aliento.
En cada palabra,
en el brillo de los ojos,
en el gesto: en tu desaliento.
El anhelo de tus besos.
Lo que queda en el recuerdo:
ese calor de tu mano acunando el silencio.
Si te dicen que te amo... atiende al viento.
Quizás las miradas, el sol, la luna, la arena, el helecho,
el deseo, el recuerdo, un suspiro o un beso....
puedan vencer este silencio.