Como un niño impertinente...
Así es mi casa. Como un niño impertinente. Cuando regreso después de unos días de ausencia, me recibe mohina y cabizbaja. Responde a mi voz con una frialdad que ahuyenta cualquier afecto.
Al entrar, la foto de mi antiguo grupo de músicos me saluda tímida, como si no quisiera que la casa se diera cuenta de que somos amigas. Las hayas del cuadro que cuelga sobre la estufa parecen esconderse unas a otras, temerosas del ambiente húmedo y frío que se ha apoderado de mi hogar. No queda nada de la alegría que inunda sus paredes cuando el sol entra a raudales por las ventanas.
Afortunadamente, a medida que voy subiendo las persianas y la luz se derrama por el pasillo llenando las habitaciones, la casa empieza a desperezarse y mostrar su lado más amable. Primero es como una concesión fortuita que es un quiero sin querer. Después, los muros se esponjan poco a poco y reflejan el calor que desprende el sol rebotando en su superficie.
Y mi casa vuelve a ser amable, acogedora, cálida, risueña. Ese carácter indómito y desagradable que a veces se apodera de ella es superado por su lado más dulce. Ése que me enamoró aquella primera tarde de mayo.
6 comentarios
Lamia -
laMima -
Esas son las que refunfuñan cuando las olvidas un rato...y las que te arropan deliciosas cuando se les pasa.
Lamia -
felizahora -
Lamia -
Luisa -
Las casas a veces se enfadan un poco si las abandonas unos días. Pero se les pasa enseguida. Nos necesitan.