Volver a enamorarse
Podría volver a enamorarse de él. Eso es lo que Renata pensaba mientras, estática, contemplaba la luz del teléfono temblando como lo hace el hilo que teje la araña. Podría volver a mirarle a los ojos como hacía antaño y hundirse en un mar de tonos malvas. Podría, de nuevo, dejar que sus brazos la atrajeran despacio, desde su espalda, mientras sus labios, pegados al cuello, susurraban aquellas canciones de Serrat que tanto le gustaban. Podría volver a sentarse a su lado en el cine y esperar que él le ofreciera un pañuelo cuando las lágrimas se deslizaran por su rostro viendo partir a La Flaca. Podría volver a cantar con él, apenas vestida, mientras la mañana avanzaba al ritmo que marcan las gotas de lluvia cayendo en cascada. Sin duda, podría volver a enamorarse de él. Con facilidad. Sin hacer esfuerzo. Porque en su memoria, y ahora recordaba, aún se escondía una nota que hacia que su corazón canturreara.
Sin embargo Renata cerró la puerta. Hace tiempo. Con un golpe duro y seco. Como corta el carnicero. Un mazazo certero que dejó un hematoma. Oscuro y doloroso, primero. Amarillo, más tarde, para tornarse después en un mero recuerdo.
Renata vivía. Soñando, pero vivía. Porque a ella nunca le había gustado su realidad y siempre, desde que era una niña pequeña y escapaba, había creado una historia paralela en la que los sueños eran concretos, más incluso que la materialidad en la que se hallaba. Sin embargo, el viaje de la vida había tenido un precio: Renata, en algún momento, dejó de soñar que volaba. No por decisión propia sino porque los guijarros del camino, que herían sus pies descalzos, la habían obligado a volver los ojos hacia el suelo. Aunque las nubes pasaban, casi azules y a veces blancas, Renata avanzaba sin verlas. Ya no soñaba. Pintaba su realidad con azabache oscuro y pinceladas gualdas.
Ahora que él ha vuelto, Renata mira a su espalda y recuerda otras noches y muchas madrugadas. Añora esa voz que destaca y su mirada franca. Pestañas oscuras que velan historias añejas. Y vuelve a soñar con unas manos tiernas que acarician su pelo. Sólo él pudo hacerlo. Y el teléfono suena. Podría volver a enamorarse de él. Sería tan fácil...
¡Renata!... ¡Escapa!
2 comentarios
Lamia -
laMima -
A veces (supongo que solo a veces) no merece la pena dejarnos los ojos en los guijarros.