Feliz once cumpleaños
Este cuento, que nació a partir de una fotografía de Miguel Ángel Latorre, es para Patxi.
Es el regalo de cumpleaños que no espera y que siempre quiso. He escrito historias para otros, relatos de ficción que a veces parecen reales y que nunca ha leído... Muchas veces me ha pedido que escribiera un cuento para él.
Aunque mañana cumple once años y ya es lo suficientemente mayor como para no reconocer a los duendes de mi hayedo, seguro que todavía es capaz de atisbar, tras esa hoja tan brillante que hay en primer plano, las manitas de Píplim, el protagonista de SU cuento.
Felicidades, hijo, y gracias por tu luz.
Píplim es un duende.
¿Qué dices? ¿Qué no existen los duendes?
Me parece que estás equivocado. Los duendes siempre han existido y siempre existirán. Pequeños, alegres, traviesos, juguetones... A veces también renegones. Los hay de muchas clases. Igual que las hadas. Todo depende del bosque en el que vivan.
Otra cosa son los ogros, los dragones, los gigantes... Eso ya son cuentos de niños pequeños para escuchar a la hora de dormir.
Pero tú eres grande. Hoy cumples once años y, por tanto, te mereces una historia de duendes.
¿Once años he dicho?
Casi los mismos que Píplim si los años de los duendes se contaran igual que los de los humanos, que, por supuesto, no es así.
He dicho Píplim, si. ¿No te gusta el nombre? Pues es uno de los nombres de duende más bonitos que he oído. Porque Píplim, te vuelvo a decir, es un duende. Demasiado alto para su especie, demasiado listo para sus vecinos, demasiado rubio para su familia, un poco torpe pero muy simpático.
Tampoco tiene las orejas como sus hermanos. Cuando era pequeño, en la edad en la que a los duendes les empiezan a picar las orejas y conforman esa apariencia tan característica de pirámide resbaladiza, Píplim no sentía nada. Es más, sus orejas seguían siendo redondas mientras las de sus hermanos, amigos y vecinos, poco a poco, pasaban a lucir unas bonitas formas puntiagudas.
Por más que el pequeño duende recorriera el hayedo buscando ortigas para frotarse la barriga (alguien, no sé muy bien quién, le había dicho que si se pasaba las ortigas por su ombligo tendría las orejas más bonitas de todo su árbol), la forma de sus orejas permanecía invariable. Anda que... vaya cabecita la suya. Resulta que, además de ser el único duende de su edad con las orejas redondas, resultaba doblemente singular con su pequeño ombligo puntiagudo eternamente irritado. Todos los niños de su árbol se mofaban de él. Salvo Pinim y Píbim, sus dos mejores amigos, que siempre recogían las mejores hojas de su barboyedo (el barrio que rodeaba su árbol, para que me entiendas) para hacer un ungüento sanador que reparara su ombligo de tal manera que volviera a recuperar su estado original.
Y ya que estamos hablando de su aspecto, la nariz... ¡Vaya qué nariz! Redonda y pequeña. Nada de esa puntita tan elegante que mostraban sus amigos. Nada de las pecas que resbalaban por las napias de sus hermanos. Él ni pecas ni puntita. Vamos, un desastre de nariz. Según todos los del barboyedo... claro.
(Continuará.....)
11 comentarios
Lamia -
Fernando -
Lamia -
amam -
unjubilado -
Saludos
Diego de Rivas -
Pimplín, el duende me ha encantado. Leyendo me imaginé que me lo contabas a mí. Jejeje.
Patxi estará orgulloso de su madre. Claro que sí!!
Kisses y buen viaje,
Lamia -
Me vais a tener que perdonar pero esta semana estoy todo el día de viaje de un lado para otro y no tengo mucho tiempo para visitaros. Espero poder resarcirme el fin de semana.
sofi -
felizahora -
laMima -
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PD Felicita a Patxi de mi parte..¡once añázos!, mi Daniel los cumplirá en noviembre. Buen año el 97.
miguelangel -