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Sobre palos y velas (II)

 

Me vais a permitir que vuelva sobre el artículo de Pérez Reverte, que esta semana me ronda la cabeza sin remedio.

 

Sobre el tema de los malos tratos se ha hablado largo y tendido desde muchos puntos de vista. Sin embargo, ni de lejos nadie se acerca a esa situación de dominio y esclavitud a la que muchas mujeres están expuestas cada día.

 

Me gustaría contaros la historia de alguien a quien conozco bien y que, después de mucho tiempo, sigue tratando de escapar a los cantos de sirena de su maltratador. Sólo es la historia de una de esas "pavas" a las que alude Pérez Reverte en su artículo del XL Semanal "Sobre palos y velas".

 

I.  era una chica normal, que venía de una ciudad normal, con una familia normal.

En su casa no había habido problemas: sus padres habían sido felices y mantenía una buena relación con sus hermanos. Ella había estudiado una carrera y, con la intención de poder trabajar en aquello que le gustaba, dejó su casa, su ciudad, a sus padres y sus hermanos.

 

I.  había tenido muchos amigos y amigas, pero no había salido demasiado. Mientras ellos aprovechaban los fines de semana para ir a la discoteca o "potear" por lo Viejo, I.  permanecía en casa quemándose las pestañas con los libros.  

 

Con veinticuatro años recién cumplidos se marchó a la capital. Allí descubrió un nuevo mundo: sin libros, sin obligaciones extraordinarias, lleno de teatros, música, pintura... Había llegado a un paraíso desconocido en el que, demasiado pronto, descubrió un príncipe azul que pronto se transformó en rana. I. por cuestiones profesionales volvió a cambiar de ciudad. Un municipio de tamaño mediano, no demasiado alejado de su casa, que le ofrecía un sinfín de oportunidades. Allí inició una etapa de aprendizaje laboral y vital. Aunque siempre había tenido muchos amigos, nunca le había resultado fácil establecer relaciones sentimentales con el sexo opuesto: su excesiva seriedad, su timidez, su falta de experiencia... Sin embargo, pasado un tiempo, I.  llegó a intimar con otro príncipe azul que ocasionalmente aparecía por su trabajo. Poco a poco, la relación fue tomando cuerpo y, dos años más tarde, contra la opinión de muchos de sus conocidos, contrajeron matrimonio.

 

Hubo tres años de ceguera feliz. I.  estaba enamorada hasta las túetanos -porque, entre otras cosas, cuando se entrega lo hace sin condiciones-  y vivía por y para su príncipe. Un hombre mediocre y ajeno tanto a sus costumbres como a su formación que, sin embargo, la anuló y amarró sin necesidad de cadenas. Con el transcurso del tiempo, los malos tratos llegaron: desprecios solapados, críticas más o menos abiertas, censura a sus actuaciones profesionales, una separación firme y paulatina de sus amigos y de su familia... Pasado un tiempo, I. ya no tenía amigos, no tenía fe en si misma, había perdido toda su seguridad, había perdido su cultura, su educación... porque sólo vivía para evitar los fríos silencios de su marido, al que seguía amando, y para evitar sus críticas y desprecios. Sin embargo, la vela del amor se iba apagando poco a poco, a pesar de los intentos de I.  por adaptarse a la nueva situación. No se resignaba a vivir una vida que nada tenía que ver con lo que tantas veces había anhelado y en la que un niño de menos de tres años la acompañaba en su sufrimiento.

 

I.  quería escapar. Pero ¿dónde iba a ir? El había conseguido convencerla de que su familia no la quería, sus amigos la habían olvidado, su trabajo no duraría sin los sabios consejos de su marido... sin ingresos, sin hogar... ¿qué haría? Menos mal que tenía a su marido que velaba por ella. Nada importaba que I.  siguiera trabajando en dos sitios distintos, que aún sacara tiempo de vez en cuando para, a escondidas casi, hablar con su madre y sus hermanos, que, a duras penas, conservara sus amigos de la infancia aún después de años de silencio... I.  era la Nada. Nada persona, Nada profesional, Nada madre, Nada mujer... Sólo esposa. Porque era Suya. Suya para siempre....

 

Un día, sin embargo, I.  despertó de esa pesadilla. Sin saber cómo, la ceguera que se había instalado en su vida dio paso a una luz que le hizo ver al príncipe en toda su dimensión y, como en el viejo cuento de los niños, se dio cuenta de que su rey estaba desnudo. No llevaba el traje de brillantes que él tantas veces le había mostrado, no tenía una buena voz, no era tan culto como ella lo veía, ni tan simpático como aventuraba. Era sólo otro cabrón que había vivido una vida prestada.

 

Él hizo un último intento para amarrarla y, a sabiendas de que su hijo sería su mejor testigo, llevó a cabo un intento de suicidio. I.  cogió una maleta y al niño y emprendió una nueva vida. Un camino lleno de espinas porque el sapo le agarró de la falda cuando I.  escapaba de la charca y durante mucho tiempo, a pesar de los tirones que ella daba, intentó trepar a su antiguo trono arañando los jirones de la autoestima que, a duras penas, había permitido a I. escapar de su condena. Aún ahora, ocho años más tarde, el sapo sigue croando en su charca, tratando de seducir a I.

 

La historia de I. no ha terminado aún. Hay una posdata. Esa "pava", que diría Pérez Reverte, que lucha por conseguir que la proximidad de cualquier hombre no le ponga los pelos de punta y desate ese mecanismo de alarma que siempre permanece aletargado como defensa imprescindible ante posibles nuevas agresiones, ha descubierto que hay alguien que podría volver a abrir esa ventana que durante tanto tiempo ha estado cerrada. Alguien que, poco a poco, se ha ido filtrando en su piel y por quien, según parece, podría bajar la guardia un ratito y volverse a enamorar.

 

Pero esto no es más que una posdata a una historia de una "pava" que aguantó a su maltratador porque llegó un momento en el que era incluso incapaz de pensar que era posible una vida distinta. Porque llegó a creer incluso que no se la merecía.

 

Sin embargo ahora si lo sabe. Merece otra vida, mejora y más plena. Y, si algún día llega, merece un hombre que la ame sin condiciones y sin ambages. Porque, eso si, ha demostrado ser fuerte, íntegra, buena hija, mejor madre, excelente profesional, amiga de sus amigos y, por encima de todo, ella misma.

 

Y, por si alguien tiene alguna duda, Lamia es el alter ego de I.

10 comentarios

Lamia -

Gracias, Nerim. Un beso también para tí.

Nerrim -

Querida Lamia, me he quedado sin palabras, no sé qué decirte o mejor dicho no sé expresar lo que me gustaría decirte. Me alegro muchisimo que no te dejaras vencer, me alegro de que hayas salido de ese tunel en el cual estábas, me alegro que hayas recuperado tu propio yo, tu seguridad,tu vida, y sobre todo, me alegra infinitamente que por fín le vieras sin el ropaje brillante con el cual se cubría, solo así, fuiste capaz de recuperar todo lo que el se había encargado de anular en ti.

Es todo lo que he acertado a expresar por escrito, mi corazón solo puede sentir en estos momentos, alberga dentro un montón de sentimientos, sentimientos que me siento incapacitada de expresar con palabras.

Un beso y un fuerte abrazo

Lamia -

Gracias a ti, Amam, por leer mis cosas...

Lamia -

Gracias a ti Diego, por dejar tus palabras. Hoy lo agradezco especialmente.

Paula, bienvenida otra vez. Ahora ya puedo decir sólo estoy bien. El "quiero morir" es algo del pasado.

amam -

Felicidades Lamia, por tu buen hacer. Enhorabuena por estar donde estás. Besos

paula -

preciosa, mil gracias por tu comentario y por tus palabras...

es curioso, he puesto en primera persona la voz de una mujer maltratada, que no soy yo, y he jugado con eso, con el "estoy bien" y el "quiero morir", que, y siento que tú, como yo, lo conozcamos de primera mano, son los dos pensamientos entre los que navega una mujer que está sufriendo. Es como los anuncios en los que salen actores haciendo de paralíticos tras un accidente de tráfico, intento mostrar una realidad que existe, pero sólo soy la actriz, la que lo trasmite

mil gracias de nuevo por tu comentario

Diego de Rivas -

Mi querida y misteriosa. Eres más transparente de lo que tú crees. Sólo hay que leerte para conocer tu pasado, tu presente y lo que quieres para tu futuro. Siempre, siempre estaré a tu lado. A pesar de las Expos, de los proyectos y de mi vida, ya de por sí muy llena. Mis felicitaciones sinceras por ser como eres, y por transmitirnos tus dudas, miedos, sueños, proyectos, pasado y futuro, tus ilusiones. Gracias por acariciarnos, aunque tú no te des cuenta.

Gracias!!!

carlos -

Me gustaría que leyeras esta fábula que escribí. Aunque el sentido de la misma es bien diferente al fondo de este artículo también hablo de príncipes y princesas y...de malvados.
http://alasdeplomo.com/2007/05/30/fabula-el-retablo-de-maese-sancho/

Lamia -

Carlos... tendré que guardar alguna letra para mi porque si no vais a saber más de mi que yo misma. Un beso y gracias por estar siempre ahí.

carlos -

Conforme leía la historia de I. iba reafirmándome en la idea de quien era realmente ella. No hacía falta que firmara porque, para mí, estaba muy claro.
¡Olé tus ...!, primero por haber salido del pozo y segundo por tener la valentía de decirlo a la cara de todos.
Desde que descubrí a Lamia he ido percibiendo una transformación positiva que me ha "aferrado" a sus escritos, ensoñaciones y pensamientos. Quería descubrir su verdad y hoy ha confirmado mis suposiciones más pesimistas. De todos modos me alegro de que nos lo hayas contado. ¡Felicidades!. Y calculo que dentro de muy poquito serás incluso capaz de ir añadiendo las letras que faltan detrás de la I... e irán desapareciendo los velos que la cubrían.