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Música

...a star alone

 

Innisfree, que nos mantiene informados de todo aquello que tiene relación con Irlanda, su actualidad, música y costumbres, nos recuerda hoy ha salido a la venta el nuevo disco de Enya: And winter came.

No puedo subir la canción, aunque lo intentaré más tarde, pero si la letra de uno de los temas que Innisfree gentilmente transcribe y que tiene mucho que ver con este mes de noviembre.

Trains and winter rains
(Letra de Roma Ryan)

City streets passing by
Underneath stormy skies

Neon signs in the night
Red and blue city lights
Cargo trains rolling by
Once again someone cries

Trains and winter rains
No going back no going home
Trains across the plains
And in the sky a star alone

Every time it’s the same
One more night one more train
Everywhere empty roads
Where they go no-one knows

Trains and winter rains
No going back no going home
Trains across the plains
And in the sky a star alone
Trains and winter rains
No going back no going home
Trains across the plains
And in the sky a star alone

Trains and winter rains
No going back no going home
Trains across the plains
And in the sky a star alone
Trains and winter rains
No going back no going home
Trains across the plains
And in the sky a star alone

Y sigue noviembre...

Mi música

¡Me encanta!

 

 

1 de noviembre. Todos los Santos

Del blog de Fernando Sarría tomo prestada hoy la música para el día de Todos los Santos. Chopin, siempre Chopin. Un hermoso acompañamiento para el final. Todo acaba.

 

 

 

 

 

Domingo de Chopin

Domingo de Chopin

Hoy es domingo de Chopin.

Estamos en otoño, han cambiado la hora (y eso siempre me afecta mucho), son las siete menos diez y la oscuridad ha caído sobre Zaragoza como si fuera invierno cerrado, estoy cansada y tengo el corazón triste. Por eso, el mejor acompañamiento es Chopin: desgarrado, apasionado y con el piano como protagonista llenando la estancia en la que escribo. Es grande, rotundo, pero a veces se vuelve tierno y me susurra al oído, como ahora. Entonces me dejo llevar por la nostalgia y deseo que la noche avance para perderme en ella.

Belinda

Fuera llueve. Belinda puede verlo a través de las dos ventanas que tiene la sala. La lluvia cae mansa, sin cesar y rodea el recinto protegiéndolo del exterior como si se tratara de un velo. Sin ruido. La tierra amortigua los sonidos en una noche oscura.

 

Belinda contempla el agua que cae y absorta en su contemplación deja volar su imaginación. Sus ojos, sin embargo, libres de conciencia, se han posado en un bailarín. Alto, fibroso. Sus movimientos, aunque libres, siguen el ritmo de la música y conducen a su pareja. Belinda imagina cómo sería deslizarse entre sus brazos, adecuando sus caderas.

 

La música calla y él se acerca. Extiende su mano y, sin esperar respuesta, seguro de si mismo, coge a Belinda y tira de ella conduciéndola al centro de la pista. El son regresa una vez más. Lento, sensual. Un, dos, tres. Cinco, seis, siete. Y se mueven. El brazo del bailarín en la espalda de Belinda, tan alto como para acercarla a su torso y controlar el movimiento de ambos cuerpos mientras evolucionan por la sala. La otra mano en el aire, compensando el contoneo de las caderas.

 

Belinda le mira a los ojos y los encuentra. Siempre sonrientes. Animándole a seguir. Y ella, por una vez, se deja llevar. E inicia un baile en el que es la pluma que vuela impulsada por el viento. La hoja que se mece en el aire para lentamente posarse en la tierra. El aire que sopla desde las cumbres impulsando los primeros copos de nieve. La mano de la madre que acaricia al recién nacido. El párpado que lava una lágrima.

 

Belinda contempla un rostro preñado de música y le sigue. Se hace canción y funde su cuerpo con el otro. Y ambos se deslizan por la pista: sinuosos, sensuales. Y vuela. Belinda vuela sobre si misma girando como lo hacen los remolinos que el aire de otoño crea en la hojarasca. Y siente que forma parte de la música y la música es parte de ella. Fusión imposible de notas y cuerpos. Y él gira, la atrae, la aleja, la acaricia con sus ojos mientras el baile se convierte en un flirteo inocente de amantes inexpertos. Y Belinda se hace música.

 

Y cuando todo termina, la música cesa y Belinda vuelve a la tierra,  la encuentra mojada, preñada de olores otoñales. Y la lluvia, envoltura cristalina y húmeda, sigue velando la vida. Porque nada existe más allá del momento. Del baile. De la música.

Fin de semana

Fin de semana

No estoy

Hoy no me busquéis. Estoy bailando....

De gin tonics y egipcios

 

Está claro que el efecto canapé empieza a producir efecto. Tengo algunas amigas que me han dicho, que les han contado que, según dicen, en viajes a países del norte de África algunas mujeres han sido objeto de propuestas de canje por ovejas o camellos, en el mejor de los casos. A mi no me ha ocurrido nunca nada similar pero esta noche pasada, un egipcio muy convencido se ofrecía a llevarme a El Cairo durante una semana: "porque es la capital de Egipto", un senegalés estaba empeñado en saber cuándo volvería a verme mientras me aseguraba que bailaba muy bien (¡¡!!!) y un maño de pura cepa que nunca me había dirigido la palabra, a pesar de que a veces coincidimos en los mismos locales, se marcó una salsa conmigo de las que te dejan sin aliento.

Quizá era la acumulación de gin tonics, la hora tardía (o temprana, según se mire), el efecto "a esta hora lo que sea" que se da en algunos locales cuando la noche avanza, o nuestro tremendo sex appeal (ja, ja, ja), finalmente ha resultado ser una noche de lo más entretenida.

Un grupo de colegas del trabajo decidimos darnos un homenaje en estas fiestas del Pilar durante las que hemos seguido trabajando sin tregua y nos hicimos una cenita en el Atrapamundos, un local al que nos gusta acercarnos a tomar unos cafés matutinos y en los que Pedro y Elena nos tratan siempre fenomenal. Después, al Hannah Fritz a empezar con los gin tonics y calentar el cuerpo y los ánimos para hacer una salsita en El Sol.

Lo malo ha sido esta mañana, de vuelta al trabajo, a la misma hora, con las mismas obligaciones, con mucho más sueño que el habitual, con una resaca de campeonato y una conjunción de colores en mi vestuario que ha debido escoger mi peor enemigo. Debe ser porque a eso de las siete de la mañana aún me duraba el efecto del último gin tonic. Ahora, como siempre, el ojo repintado y una sonrisa.

Feliz fin de semana a todos y felices fiestas del Pilar a los de Zaragoza.

Banda Sonora

 

Uno encuentra fuerzas para seguir adelante donde menos lo espera. No obstante, está fuera de toda duda que la energía parte siempre de nosotros mismos aunque, a veces, necesitamos una pequeña mecha que la prenda y otorgue el impulso inicial que cualquier motor necesita para funcionar.

 

Las palabras que el hombre de las amplias alas vertía el otro día en la roca junto a mi arroyo hicieron que recapacitara lo suficiente como para darme cuenta de que la vida, mi vida, está llena de música. Hay una banda sonora que acompaña mi existencia. Ese escenario musical, que pone sonido a mis días, como cualquier composición, está formado por decenas de notas que ofrecen distintos aspectos: grave, agudo, forte, piano, allegro, allegro ma non tropo, vivace... Y las hay de muchos timbres, colores y tesituras.

 

Como en toda buena película, que tiene momentos de transición, puntos de inflexión y desenlace, la música es una constante. A veces, en función del desarrollo o importancia de cada escena, cobra protagonismo, pasa a primer plano o permanece sólo como un fondo de acompañamiento, casi inapreciable, dando, sin embargo, sentido a todo lo que ocurre.

 

Así, mi banda sonora está compuesta por cientos de composiciones en las que hay algunos protagonistas indiscutibles: Chopin, La Oreja de Van Gogh, Los Panchos, Madame Butterfly, y, por supuesto la salsa. He de añadir también una reciente adquisición, El Cando del Loco, en cuya incorporación a mi discografía ha tenido mucho que ver mi hijo.

 

Cada uno de ellos tiene para mí un momento diferente. Chopin me ayuda a escribir. Siempre. La ópera es para los grandes momentos de paz y reflexión. La Oreja de Van Gogh es un continuo: cuando estoy alegre pero también cuando me siento triste, y eso que tenido que hacer un esfuerzo para aceptar a Leire en lugar de Amaia. En algunos momentos me gusta acompañarme también por Rosana o Alex Ubago. Los Panchos son amigos inseparables de viaje. Me encanta el sonido de sus guitarras y voces llenando el habitáculo del coche.

 

Y la salsa, que es la última que ha llegado a mi vida, es en estos momentos el tema principal. Porque me ayuda a poner música a todo lo que ocurre. Y siempre, siempre, siempre, me pone alegre. Hace que mis pies se muevan con voluntad propia. Es una corriente que empieza en la puntita de los dedos y trepa por los tobillos sujetándose en los gemelos hasta alcanzar las rodillas. De ahí a las caderas la senda es siempre curva, redonda y sensual. El resto del cuerpo sólo sigue el ritmo que le marcan y se adapta al contoneo de la pelvis. Eso si, los hombros van a su aire conduciendo a las manos, que vuelan y dibujan trayectos imposibles al compás de la conga.

 

Seguramente porque los últimos serán los primeros, nombres como Gilberto Santa Rosa, Frankie Ruiz, Marc Anthony, Rey Ruiz, Ray Sepúlveda, Eddie Santiago o Tito Nieves ponen música a mi historia.

 

Aunque en este momento todo parece apuntar a que "la tarde terminó", me gustaría pensar que algún día, "me pintará un color para cada mañana y en alas de sus sueños conoceré el alba".

 

Y todo llegará mientras sigo caminando, erguida y mirando al frente. Sin retroceder. Porque, efectivamente, como dice el hombre que lleva el corazón en las alas: bailo salsa. No la yenka.

Abba. Dancing Queen

Porque me dan muy buen rollo y me suben la moral.

 

Día Nacional de Italia

Día Nacional de Italia

 

Trabajar en fin de semana tiene algunas ventajas. Pocas. Y cuando trabajas en la Expo menos: aglomeraciones, calor, empujones... Sin embargo, el sábado pasado pude disfrutar de los actos organizados con motivo del Día Nacional de Italia. Tras el habitual izado de banderas, firma en el libro de honor e intercambio de regalos, el pabellón de Italia nos regaló un concierto de los "Solisti Veneti". Según decía el programa, se trata de una de las orquestas más reconocidas en su país, con música de Vivaldi, Paganini y Rosini con el agua como motivo conductor. I Solisti Veneti ha actuado en casi todo el mundo realizando, además, conciertos en festivales de música y grabado para radio, televisión y cine.

 

Lo cierto es que, programas a parte, un conjunto de virtuosos de la cuerda y el clarinete nos regalaron los oidos durante un rato en el que sentí trasportada a otros mundos. No sé por qué la música ejerce en mi la capacidad de aislarme de la realidad. Me provoca un placer tremendo y una admiración tremenda no sólo hacia los intérpretes (por cuanto la interpretación, que no ejecución, exige de años de práctica, dedicación y sacrificio) sino también hacia los compositores.

 

Hace unos días, repasando algunos escritos de uno de mis antiguos profesores sobre el arte de escribir, decía que la capacidad de escribir bien es un don divino. Yo creo que eso ocurre también con la música. La capacidad de componer con armonía y belleza o de interpretar esas piezas está sólo reservado a unos elegidos.

 

Los demás nos contentaremos con seguir escuchándolos.

The Chieftains

Inicio el fin de semana con el buen sabor de boca que me dejó ayer el concierto de The Chieftains en la Expo de Zaragoza.

Silencio.... Escuchad.....

 

 

Cuando bailamos somos libres

Mi afición por el baile, o más bien mi dedicación al baile, nació prácticamente al mismo tiempo que este blog. En algunas ocasiones he tratado de ilustrar, a través de relatos, poemas u opiniones, lo que el baile ha aportado a mi vida. Sin embargo, nunca seré capaz de plasmarlo de una manera tan hermosa como Paulo Coelho lo hace en este artículo del 18 de noviembre del año pasado que publicó en su habitual columna de un suplemento semanal. Mientras el maestro habla, guardo silencio.

 

"Todo se mueve"

 

Todo se mueve. Y todo se mueve con un ritmo. Y todo lo que se mueve con un ritmo produce un sonido. Esto está ocurriendo aquí y en cualquier lugar del mundo en este momento. Nuestros ancestros percibieron esto mismo cuando procuraban huir del frío en sus cavernas: las cosas se movía y hacían ruido.

 

Los primeros seres humanos tal vez advirtiesen esto con espanto, e inmediatamente después con devoción comprendieron que ésta es la manera que una Entidad Superior tenía de comunicarse con ellos. Empezaron entonces a imitar los ruidos y los movimientos de lo que les rodeaba, con la intención de comunicarse también con esta Entidad: el baile y la música acababan de nacer.

 

Cuando bailamos somos libres.

 

Mejor dicho, nuestro espíritu puede viajar por el universo mientras el cuerpo sigue un ritmo que no forma parte de la rutina. Así, podemos reírnos de nuestros grandes o pequeños sufrimientos y nos entregamos a una nueva experiencia sin miedo. Mientras la oración y la meditación nos conducen hasta lo sagrado a través del silencio y del viaje interior, en el baile celebramos junto con otras personas una especie de trance colectivo.

 

Se puede escribir lo que se quiera sobre el baile, pero no servirá de nada: es necesario bailar para saber de qué se habla. Bailar hasta quedar exhausto, como su fuésemos alpinistas subiendo una montaña sagrada. Bailar hasta que, en virtud de la respiración agitada, nuestro organismo pueda recibir oxígeno de una manera a la que no está acostumbrado, lo que acaba llevando a la disolución de la identidad y a la pérdida de nuestras referencias del tiempo y del espacio.

 

Claro que podemos bailar solos, si eso nos ayuda a superar la timidez. Pero, siempre que sea posible, es preferible bailar en grupo, pues unos estimulan a los otros y acaba creándose un espacio mágico, con todos conectados en la misma energía.

 

Para bailar, no es necesario aprender en escuelas: basta con dejar que nos enseñe nuestro cuerpo, pues bailamos desde la noche de los tiempos, y eso no lo olvidamos. Cuando era adolescente, los grandes "bailarines" de mi pandilla del barrio me daban envidia, y en las fiestas fingía tener cosas más importantes que hacer, como quedarme charlando, por ejemplo. Pero en realidad lo que yo tenía era pavor al ridículo, y por eso no me arriesgaba a dar ni un paso dentro de la pista. Hasta que un día una chica llamada Marcia me dijo delante de todo el mundo: "Ven aquí".

 

Yo dije que no me gustaba, pero ella insistió. Todos los del grupo se quedaron mirando, pero como estaba enamorado (¡el amor es capaz de tantas cosas!) no pude escaquearme más. Hice bastante el ridículo, no sabía seguir los pasos, pero Marcia no cejó en su empeño: continuó bailando, como si yo fuese un Rudolf Nureyev. Poco a poco entendí que mi cuerpo se estaba liberando.

 

"Olvídate de los demás y presta atención al bajo -me susurró al oído-. Intenta seguir su ritmo".

 

Centré mi atención en el bajo. Y la sensación de libertad fue aumentando sin parar, mientras los demás iban perdiendo su interés en nosotros y nos dejaban en paz. Cuando más se movía mi cuerpo, más se mostraba la luz de mi corazón y más aprendía yo, no sé si conmigo mismo o con los fantasmas del pasado. Al final de la noche yo ya era otra persona: había vencido un bloque y había conseguido una novia que sería muy importante en mi vida.

 

En ese momento entendí que siempre es necesario aprender las cosas más importantes: éstas suelen formar parte de nuestra propia naturaleza. En la juventud, el baile es un rito de pasaje fundamental: alcanzamos por primera vez cierto estado de gracia, un éxtasis profundo, aunque los menos sagaces apenas vislumbren un grupo de chicos y chicas pasándoselo bien en una fiesta.

 

Cuando nos hacemos adultos y cuando envejecemos, tenemos que continuar bailando. El ritmo cambia pero la música es parte de la vida, y el baile es la consecuencia de la penetración de este ritmo en nuestro ser.

 

Continúo bailando siempre que puedo. En el baile, el mundo espiritual y el mundo real consiguen convivir sin conflictos. Como dijo alguien que no recuerdo: los bailarines clásicos  se mueven sobre la punta de los pies porque están al mismo tiempo tocando la tierra y alcanzando los cielos.

 

Sombra Loca

 

Brrr... rac, rac, brr, crrrrrri, crrrrri, brrrr...

 

No, que no me he equivocado con las teclas del ordenador. Sólo estoy tratando de reproducir el ruido que hace mi cerebro. Está un poco oxidado y parece que le cuesta arrancar después de estos días de descanso.

 

Con la vuelta, parece que uno se plantea retomar su rutina diaria y volver a esos pequeños hábitos que hace que nuestra vida vaya teniendo sentido. El problema es que yo tengo sentido también estando de vacaciones y me cuesta volver a la cotidianeidad.

 

En cualquier caso, estoy tomándome la vuelta con mucha calma y a ello, una vez más, me ayuda el baile. Aprovechando que soy dueña de todo mi tiempo, trato de mejorar mi estilo de baile cada tarde. Vuelto hacia el trópico cada día y me reencuentro con la salsa. Después no podrá ser pero, y nunca mejor dicho, que me quiten lo bailado.

 

Ayer evolucionaba al ritmo de la música de Gilberto Santa Rosa. Me gusta especialmente este "Sombra Loca".