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lamia

El Baúl Dorado (II)

Una vez más, mi inexperiencia informática me ha llevado a meter la pata. Una vez más. Esta entrada corresponde al viernes pasado pero, por un dedo que ha ido donde no debía, ha aparecido publicada de nuevo aquí. Disculpas mil.

Tengo un baúl dorado en el que guardo todas las cosas importantes. En él llena un espacio enorme el amor a mi hijo, las caricias que conservo para mi madre, los besos que guardo para mi hermano, el calor con el que acaricio la mejilla de mi tata, las sonrisas que guardo para mis amigos, el amor que un día perdí, mis éxitos y mis fracasos, mis aspiraciones y decepciones, todas las historias que aún no he escrito, toda la ilusión por lo que debe venir, el presente y el pasado, todos mis recuerdos.

 En ese baúl también he decidido guardar todo lo que no ha cabido en ese folio en blanco que ha quedado expuesto. Porque quizá algún día, cuando levante la tapa para rebuscar un sentimiento perdido, recuerde este tiempo. Y quizá entonces pueda decir. Quizá en ese momento la pluma rasgue la hoja sin herirla. Vertiendo la tinta como un río que desciende las cumbres para acariciar la pradera.

  Voy a cerrar la tapa susurrando unos versos de Alejandra Pizarnik ("Cenizas. Las Aventuras Perdidas"):

 

"Yo ahora estoy sola

-como la avara delirante

sobre su montaña de oro-

arrojando palabras hacia el cielo,

pero yo estoy sola

y no puedo decirle a mi amado

aquellas palabras por las que vivo".

 

Ni las digo, ni las diré. Porque se quedan en el baúl, de donde nunca debieron salir.

 

 

 

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