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lamia

Andando a casa

Andando a casa

Esta tarde he vuelto a casa caminando. El cierzo soplaba. Atrevido. De cara. Con la caricia del hielo. Y los pasos, urgentes, han hecho que, por un momento, reviviera un viaje en moto, con el viento jaleando los cabellos, la máquina ronroneando entre curvas camino de aquel pantano que lleva el nombre de una amiga.

 

He disfrutado esa libertad. La que otorga el aire frío del invierno que trae noticias de las cumbres. Sola en el camino, sin retos especiales, sin el peso constante de la mochila de agravios, dolores y anhelos. Solos el cierzo y yo.

 

He elegido el camino que me gusta. Ése que va por detrás, un poco escondido, sin el relumbrón de las luces que iluminan el gran paseo por el que los coches transitan rápido, como si todos supieran dónde ir. Ese camino, un poco más estrecho, un poco más oscuro, ligeramente menos frío, me conduce por la fachada posterior del edificio en el que a veces desemboco.

 

Y mientras lo rodeaba, el pensamiento, libre como un pájaro sin rumbo, ha volado hacia él. Y, por un momento, ese sentimiento, que mantengo bajo siete llaves para que ni siquiera un suspiro lo delate, ha golpeado el candado y ha roto el freno que durante el día le pongo. Y, por un momento (me sentía tan libre), sólo por un momento, he dejado que flotara. Que siquiera por un instante volara a su encuentro. Le he permitido expandirse aún siendo consciente de lo que después me cuesta retenerlo.

 

Pero el cierzo me hacía tan libre que no había coacciones ni censuras. Y mientras caminaba en torno al jardín he soñado flores: amapolas y orquídeas, y margaritas, y rosas... He soñado un cielo azul. Un cierzo frío acariciando las flores.

 

Y al llegar donde la fiesta se tiñe de oro, he devuelto el sentimiento a toriles, como el sobrero que fracasó en la lidia. Y he vuelto a cerrar el candado. Con siete llaves. Y un pasador seguro. Y el cierzo y yo hemos seguido caminando. Solos el cierzo y yo. Juntos. Libres.

 

 

La foto la he "tomado prestada", me temo que sin su permiso, del blog de José Antonio Melendo.

7 comentarios

Lamia -

Hoy seguía soplando... pero lo he dejado correr.

carlitos -

Y a mí que me molestaba el cierzo. ¡cómo no me había dado cuenta antes de que el cierzo es maravilloso!. Menos mal que hay quien nos descubre lo bueno de un buen ventarrón. Y luego... al refugio de nuestras nostalgias...

Lamia -

¿Qué tendrán las madres, jubi? Cuando estás con ellas es siempre como volver a casa.

Abedugu, en mi próxima visita intento dejártelo o hacértelo llegar de alguna forma. Besos.

He de confesarte que no elegí el momento. Creo que directamente el sentimiento me asaltó. Pero, tranqui, ha vuelto a su sitio. Y está atado y bien atado.

Mi querido Carlos, estos días, al escribir del cierzo, te he recordado. No quisiera yo contribuir a tu nostalgia con el cierzo. Más bien al contrario. Inspira un poquito más y apóyate en quienes están a tu lado. Sigue caminando, un día después de otro... y verás como la tristeza pasa.
Un beso cálido lleno de cierzo.

Carlos Labarta -

Me siento tan reconocido en cada frase, en cada palabra... Parece que sufro de "echar de menos" todo aquello... Tantas cosas...
Un abrazo, frío... Hoy, continuando triste e inspirando...

laMima -

Hay que dejar a veces que asomen nuestros sentimientos, para que no estallen fuera de lugar. Seguramente elegiste un buen momento ese sola con el cierzo.
Otra cosa, si, es devolverlos a su lugar, de donde ¿no debemos? sacarlos.
Un beso

Abedugu -

El frío estos días creo que cubre todo el país, pero es necesario, :-) así que tendremos que aguantar un poco.
Me hubiera gustado enviarte mi tarjeta de Navidad, pero no veo tu correo por ninguna parte.

Un abrazo

unjubilado -

Ayer en Zuera caminando a la residencia para ver a mi madre, el cierzo iba clavando agujas por todo mi cuerpo pero el rato que estuve con ella liberaron un poco las tensiones que yo albergaba.
Un abrazo