Blogia

lamia

No a la pornografía infantil

No a la pornografía infantil

 

Sólo los niños tienen la capacidad de creer en ogros y dragones. Hagamos que estos aniden sólo en los cuentos. Que ningún pequeño tenga que ser víctima de esos delincuentes que olvidan que los niños son solo niños y que nuestra obligación es protegerlos y cuidar de ellos. Mi contribución a la campaña "No a la pornografía infantil", que nació de la mano de Vagón-Bar y La Huella Digital, es este cuento, y la ilustración que ha realizado mi hijo, que tiene once años. Él también ha querido aportar su propio texto (que titula "Los Derechos del Niño") y que coloco en primer lugar.

 

 

Los derechos del niño

Todos los niños tenemos derecho a una serie de cosas: a la educación, a una vivienda digna...

Por eso hoy reclamamos nuestros derechos. También tenemos obligaciones, pero eso no viene a cuento.

Los mayores no os dais cuenta de que hay cosas que no deberíais hacer: gritar a los niños, maltratarlos y, sobre todo, no mimarlos.

Por eso he escrito este poema:

 

Saltar, correr, jugar,

cantar, reír y bailar.

 

Nuestros derechos defendemos

hoy bastante reclamaremos

más convenceros intentaremos.

 

Este mundo es muy injusto.

Todo él, todo junto.

Cuando mañana te levantes

niños perjudicados habrá bastantes

 

Cuac, cua, cuac, cuac.

Este poema lo cierro con un muac.

 

 

 

Lortu, el dragón del humo naranja

(Con todo mi cariño, para Daniel y Ainhoa. Son felices, con sus guantes y manoplas)

Érase una vez un país lleno de montañas en el que las nubes, cuando oscurecía, bajaban despacito por sus laderas para tapar a los árboles y los animales que entre ellos se escondían. En aquel país vivían todo tipo de especies: ciervos, conejos, búhos, abejarucos... algunos pequeños gnomos también y muchas hadas. Aunque estos últimos no se mostraban habitualmente y habitaban las partes más boscosas del reino.

 

Había también un animal que los habitantes del lugar decían que existía pero pocos habían visto. Se trataba de un gran dragón de color verde que se alimentaba de galletas y zanahorias. O al menos eso creían los aldeanos porque cada mañana encontraban sus huertos arrasados solo en la parte en la que habitualmente plantaban sus tubérculos. Y habían notado también que las galletas que ponían a enfriar en las ventanas de sus casas desaparecían por las noches. Todo ello lo achacaban a Lortu, así se llamaba el dragón, que debía comer todos los días muchas galletas y zanahorias para no perder la enorme fuerza que le permitía mover sus alas y recorrer los cielos del país vigilando a los niños. Porque Lortu, cuando todavía no era más que un pequeño dragón, se había caído del nido en el que sus hermanos y él vivían, y se había roto los pequeños dientes que empezaban a salirle.

 

Afortunadamente para él, en aquella época lejana, poblada de caballeros legendarios y bellas damas, un noble señor que se encontraba de viaje por aquellas tierras, encontró al pequeño dragón semiescondido entre unos altos matorrales. Al principio, se acercó con mucho cuidado porque no tenía muy claro de qué tipo de animal se trataba. Lortu era un cuerpo redondito cubierto de escamas, en cuya parte superior asomaban dos pequeñas alitas que hacían la competencia a los ojillos brillantes que asomaban en una cabeza redonda y chiquita.

 

El caballero, que había luchado en múltiples batallas con desigual resultado, nunca antes había visto un dragón pero había vivido lo suficiente como para distinguir a uno de ellos cuando lo tenía delante. Aunque, al principio, el temor fue grande, la curiosidad pudo más y se acercó, asegurándose antes de que la madre dragona no se hallaba en las proximidades. Lortu, que había experimentado la dureza del suelo después de haber tratado de poner en práctica el mismo vuelo que había visto realizar a sus hermanos, estaba acurrucado esperando que pasara el tremendo dolor que había experimentado en la boca cuando aterrizó contra aquella roca que, al saltar, no había descubierto. Todavía seguía preguntándose por qué, al volar de la misma manera en que lo había visto hacer a su hermano mayor, él había tenido peor suerte. Lo que Lortu no sabía es que el primogénito de los dragones de la camada hacía tiempo que tenía sus alas y cola desarrolladas al tamaño preciso para emprender el vuelo. Sin embargo, él sólo disponía aún de un remedo de cola y alitas, germen de lo que más tarde llegaría a ser.

 

Y aún se hacía esas preguntas y trataba de recuperarse del golpe recibido cuando sintió cómo unas manos fuertes lo atrapaban y lo sacaban de entre los matorrales.

 

Lortu sintió miedo al principio de ese ser misterioso, cubierto de metal, que le transportaba subido en un hermoso corcel castaño. Sin embargo, a medida que la cabalgada avanzaba, comenzó a sentirse cómodo sobre sus piernas y se dejó arrullar por el vaivén del trote corto que caballo, caballero y dragón habían emprendido.

 

El pequeño ser fantástico despertó con el ruido de los cascos sobre el patio del castillo. Habían llegado a la que a partir de ahora sería su nueva casa. Pero Lortu no veía nada. Parecía como si se hubiera hecho de noche. Aunque no podía serlo porque escuchaba perfectamente el bullicio que caracteriza un patio de armas. Y, aún sin reconocerlo, se asustó mucho al comprender que el caballero lo había metido en una especie de saco y no podía escapar por muchos esfuerzos que hacía. Además, sus constantes movimientos sólo obtuvieron como resultado un pescozón de advertencia que le disuadió de seguir intentándolo.

 

Lortu, asustado y hambriento, sólo podía esperar a que el caballero decidiera liberarlo de su encierro. Cosa que no tardó mucho en ocurrir. Cuando el pequeño dragón sintió que la luz llegaba a través de una pequeña abertura, se lanzó con todas sus fuerzas hacia ella para encontrarse de bruces en el suelo de una amplia estancia en la que el fuego procedente de una chimenea caldeaba el ambiente. Lortu, menudo como era todavía, rodando prácticamente sobre su gruesa panza, se escondió bajo la cama tratando de protegerse de la presencia del caballero que le observaba con tanta curiosidad como el pequeño dragón comenzaba a manifestar por él ahora que gozaba del cobijo del lecho.

 

Dragón y caballero se estudiaron mutuamente mientras ambos decidían si podían confiar uno en el otro. Fue el noble quien primero trató de acercarse al dragón. Poco a poco. Intentando no asustarlo. Lortu sin embargo no tenía muy claro qué hacer pero el hambre y el miedo provocaban que por su boca escaparan sin control pequeñas lenguas de fuego que en breve produjeron una serie de ligeros incendios por toda la estancia. Primero una pata de la cama, luego una pequeña alfombra ubicada a los pies del lecho, después un zapato olvidado junto a un arcón... El caballero se olvidó por un momento de la presencia de Lortu e inició un baile desenfrenado a lo largo y ancho de la habitación tratando de apagar las llamas que amenazaban con invadir todo el espacio.

 

La situación se tornó tan divertida que Lortu, como buen dragón que era, comenzó a reírse con esa especio de rugido chirriante que todos los dragones emiten cuando se están divirtiendo. El caballero primero y, después, el propio Lortu, se quedaron tan asombrados de esa risa dragona que por un momento se olvidaron de las llamas, del hambre y del miedo que ambos sentían uno del otro.

 

Podríamos decir que ése fue el inicio de todo. A partir de ese momento, caballero y dragón se convirtieron en grandes amigos. El noble señor, preocupado por la supervivencia del dragón, y no sabiendo muy bien qué podría gustarle, cogió lo primero que encontró. Su sirvienta había dejado sobre la mesa una bandeja con verduras cocinadas y un montón de galletas recién horneadas. Probó primero con las patatas pero Lortu torció el gesto. Estaba claro que aquello no le gustaba. Insistió después con los nabos. Quizá el olor que desprendían hizo que el pequeño dragón reculara de nuevo. Probó a continuación con las zanahorias. Pensó que el color del tubérculo podría actuar como un atractivo adicional. Unas pocas zanahorias, entremezcladas con las galletas, como si de un bocadillo se tratara, fueron definitivamente el manjar que acabó por tentar a Lortu. Ante el olor tan estupendo que desprendían las galletas y el color anaranjado que asomaba entre ellas y que, de alguna manera, le recordaba la panza amplia y confortable de su madre, hicieron que se acercara al caballero. Primero tímidamente y, al ver que el noble señor aguantaba estoicamente las pequeñas llamaradas que lamían sus zapatos con cada paso que daba el dragón, con un poco más de atrevimiento, Lortu arrancó la comida de manos del caballero.

 

A partir de ese día, Lortu, a quien meses más tarde volverían a salirle los dientes, se convirtió en la mascota secreta del caballero. Ante la posibilidad de que nadie comprendiera que había adoptado a un dragón, el caballero decidió recluirlo en la biblioteca del castillo, un lugar poco frecuentado por los habitantes de la mansión. Desde allí, y dado que se encontraba en la parte más alta del edificio, el dragón tenía una amplia visión del reino de manera que, en el momento en que sus alas estuvieran preparadas para volar, pudiera emprender el camino de una nueva vida.

 

Aunque, como ya he contado, Lortu recuperó sus dientes, ningún manjar consiguió superar el placer que le proporcionaban las galletas y las zanahorias, de manera que, a partir de entonces, se convirtieron en su único sustento. Algo que al caballero, a la larga, le traería algunas complicaciones porque era difícil explicar las ingentes cantidades de zanahorias y galletas que el noble señor, supuestamente, engullía cada día.

 

Lortu fue creciendo y, desde su privilegiada atalaya, aprendió a no temer a los aldeanos. Su señor le instruyó también en la necesidad de proteger y cuidar a los niños del reino. Y, cuando estuvo en disposición de volar, dejó el castillo para buscar un espacio escondido en lo alto de la montaña. Un lugar desde el que seguir vigilando para que ninguno de los ogros que poblaban la región pudiera atacar a ninguno de sus niños ni acabara con las cosechas de los aldeanos. A cambio de ello, Lortu siempre tenía zanahorias y galletas recién hechas para alimentar la enorme panza que apuntaba tener siendo un pequeño cachorro de dragón y que finalmente, con el devenir del tiempo, había acabado convirtiéndolo en un precioso dragón de cola estrellada y cuernos dentados que era el orgullo de la región.

 

Y colorín colorado, este cuento ha terminado. No sé si os he contado que Lortu ha aprendido a controlar su fuego pero cuando pasa por encima de las casas donde hay niños siempre expulsa un humo de color naranja que los protege de los ogros porque estos odian el humo y más el que tiene color zanahoria.

 

19 de noviembre

19 de noviembre. 19. 1 y 9.

 

A pesar del tiempo transcurrido,  no consigo despojarlo del vestido de odio, dolor, desesperanza, de miedo. No es sólo un número. Ni un solo día. Porque el 1 y el 9 se conjuran dando paso al 20. Y así... hasta el 8. Jornadas habitadas por el dolor y el miedo. Lágrimas. Muchas lágrimas. Y el corazón descarnado, devorado, rasgado, arañado, desgarrado en mil jirones.

 

El dolor, todavía, permanece agazapado y, cuando vuelve noviembre, antes de que lleguen los números, anticipa la fecha tatuada en mi alma. Y, sin querer, aparece el odio; ése que me costó tanto tiempo desterrar. No por nada, sino porque dañaba tanto que sólo sumaba horror al lamento que expresaba. Y lo enterré. Tan profundo, que a veces tengo que recordar que existió. Porque aún debo protegerme. De sus ojos, sus palabras, sus acciones, sus lamentos, sus cantos de sirena varada. Porque esta mañana lo he visto. Como casi todos los días. Después de tanto tiempo sigue tan presente... La sombra que proyecta ensombrece todo lo que toca. Y cae sobre mí como la losa de una tumba. Que oculta la luz. Para siempre.

 

Pero intento recordar que hoy sólo es 19. 1 y 9. Nada más.

 

Y me levanto, otro día, con la esperanza de que sople el cierzo, llevándose la niebla tan lejos... Y con ella el odio. Y el miedo. Y el temor. Y la inseguridad que se instaló en mi vida.

 

Ésa que me hace dudar de una sonrisa tan dulce...

 

Que me hace sentir que no soy nada. Ni nadie. Y regreso al pasado. Y lo veo de nuevo. Y no me permito avanzar. Porque prefiero el dolor al sentimiento. Porque siempre me equivoco. Porque nunca es lo que quiero.

 

E intento pensar que el resto del tiempo no es sólo una espera de este regreso. Que lo que ocurre no es sueño. Que existe. Que es cierto.

 

Cada mes de noviembre, cuando las nieblas traen el susurro de otro tiempo, me envuelvo en la bruma, me escondo, me cierro. Para que nadie llegue tan hondo que vea en mí el odio que hierve esperando la chimenea que construyen el 1 y el 9. Y que surge: violento. Con la fuerza de los elementos. Casi tan puro como cuando fue concebido. Con la misma intensidad con la que antes amé, todo mi ser se volcó en construir un bloque compacto, denso, macizo, impenetrable. Una arquitectura perfecta en la que enterrar el pasado. Una edificación sólida para guardar y ser guardada. 

 

Y cuando inquieres cómo estoy, te respondo sonriendo porque te hurto esa parte de mí. Tan oscura. Tan profunda. Tan ajena a mi ser. Tan extraña que a penas la reconozco. Sin embargo, sigue ahí. Aletargada.

 

Vuelve siempre en noviembre. Cuando las hojas caen, cuando las flores mueren.

 

Hoy es 19 de noviembre. 19. 1 y 9.

 

(No me busquéis, no me llaméis....pero no me ignoréis. Aunque yo estaré por ahí, mi alma se ha ido lejos, tratando de olvidar que cada hora, cada minuto, cada lugar... siguen ahí a pesar de que es 19).

Aún noviembre

Noviembre, en silencio,

impone sus reglas.

Y el dolor que trajo el otoño

no cede espacio al invierno.

 

Hay una herida profunda,

que traspasa incluso la niebla más densa.

En la noche, que corre lenta, el alma busca razones que el corazón desprecia.

 

La bruma cubre el espacio.
Y por debajo, pidiendo excusas,

quedan palabras:

escritas, susurradas, ignotas.

 

Sin embargo yo... No tengo nada.

Sólo silencio.

Sólo la niebla, el corazón, el alma.

Y la pregunta.

Incorrecta. Suspendida. Sin respuesta.

More than words

La Arquitectura de tus Huesos

La Arquitectura de tus Huesos

 

Luisa Miñana, como cada semana, acaba de deleitarnos con un nuevo capítulo de La Arquitectura de tus Huesos.

 

En esta ocasión, el punto de partida es un relato titulado "Omnia Vincit Amor" (El amor lo puede todo) que aborda la desigual relación que se inicia entre un adolescente de catorce años y una mujer de 28. Luisa explica que el origen del relato es una historia real que, como la vida misma -digo yo-, podría no serlo.

 

En esta labor de contextualización que Luisa lleva a cabo con cada uno de los capítulos de La Arquitectura de tus Huesos, voy a aportar un granito de arena transcribiendo un fragmento de la novela El filo de la navaja, de W. Somerset Maugham (que, por cierto, tomo prestada, y espero que no se moleste, del blog de Luisgui):

 

"Si un amor no es pasión, no es amor, sino otra cosa; y la pasión no prospera siendo satisfecha, sino estorbada [...] porque la pasión no piensa en las consecuencias. Dice Pascal que el corazón tiene razones que la razón no toma en cuenta. Si quiso decir lo que yo supongo, opinaba que cuando la pasión se apodera del corazón, inventa razones que no solamente parecen plausibles, sino convincentes, para demostrar que vale la pena perder el mundo por salvar un amor. Y nos convence de que vale la pena sacrificar el honor y de que no es precio caro el sentir oprobio y vergüenza".

 

Y termino mi personal contextualización con la siguiente cita: Amor animi arbitrio samitur non ponitur (Elegimos amar, pero no podemos elegir cuándo dejar de amar).

Las zapatillas de baile

Cuando era pequeña, había un cuento que me gustaba mucho y que hablaba de una princesa a la que su padre había encerrado en su casa y no dejaba salir. No recuerdo muy bien los términos en que se desarrollaba la historia pero sí tengo claro que ella escapaba por las noches, a través de una puerta secreta, para ir a bailar. Bailaba, bailaba, bailaba y bailaba hasta la madrugada. Y su padre sólo descubrió la historia cuando se dio cuenta de que las zapatillas de baile de su hija se desgastaban con una rapidez inusual.

Yo me siento también como esa princesa del cuento que se escapa por las noches y gira al compás de la música mientras desgasta las zapatillas de baile. Mientras giro, al compás de la música, vivo.

La boda de mi mejor amigo

He visto esta tarde La boda de mi mejor amigo. Debe ser la tercera o cuarta vez. No puedo evitarlo. Soy fan de Julia Roberts. Aunque me encantan las películas con final feliz, con ésta hago siempre una excepción. Y, claro, según se vea, esta peli también tiene un final feliz, desde otra perspectiva. Las cosas no siempre salen como uno desea sino tal y como deben ser. De la peli hay dos momentos que me gustan mucho: ambos relacionados con la música. El primero de ellos es éste, cuando los invitados entonan "I say a little prayer for you":

 

 

Y me gusta mucho también la escena final. Porque, tal y como me ocurre a mí, el baile acaba extrayendo la sonrisa más escondida. Sonrisa que al final es casi una carcajada de felicidad. Porque la música es un bálsamo aplicable a todas las heridas.

Turrones

No hay más que darse una vuelta por cualquier centro comercial para darse cuenta de que la Navidad está cerca. Da igual que estemos en crisis, que cada vez seamos más descreídos. Sin embargo, una de las muchas cosas buenas que tiene es el turrón. Mi querido Alas de Plomo hacía estos días una referencia a unos dulces que se hacen precisamente en Zaragoza. Y como estoy un poco harta de esta globalización que nos machaca, voy a reivindicar lo zaragomaño. Os invito a que visitéis su blog y os deis un banquete dulce para ir abriendo boca.

De la hora de la cena a la amistad, pasando por el corazón

La hora de la cena es el momento que mi hijo aprovecha para contarme algunas de las cosas que le preocupan. Hoy hemos abordado el tema de los amigos. En un momento en el que los colegas empiezan a tener una importancia vital, siente que alguno de los que componen su círculo más íntimo no responden a las expectativas que él ha puesto sobre ellos.

Ha seguido una "profunda" conversación sobre la amistad, la necesidad de cultivarla y la conveniencia de trabajar para que ese sentimiento no se pierda sino que, con el paso del tiempo, profundice y se fortalezca. Y sobre la conveniencia, también, de cortar aquellas ramas que surgen podridas porque podrían llegar a contaminar toda la planta.

La conversación me ha hecho reflexionar sobre mis propios amigos y, una vez más, he vuelto a ser consciente de lo afortunada que soy y de cómo mis propios "colegas" me han acompañado en los mejores y los peores momentos.

Es cierto que en la vida de uno acaba habiendo muy pocos amigos verdaderos. Quizá podrían contarse con los dedos de la mano. Tengo una amiga que es como si fuera una hermana. Nos conocemos desde nuestra niñez y juntas hemos vivido nuestros primeros amores, la preocupación por los estudios, el descubrimiento del mundo, aquellos viajes surrealistas llenos de risas, los desamores, los éxitos y los fracasos, los anhelos más íntimos... Ella es mi AMIGA.

Es verdad que hay otros que, en mi círculo de confianza, ocupan lugares destacados. Pero también es cierto que, a estas alturas de mi vida, hay muy pocos a los que yo les permita reconvenirme o "renegarme".

Sin embargo hay uno que no por reciente es menos amigo. Él me hace llorar a veces, con él me río, es un ángel de la Guarda en muchas ocasiones, me tomo muchos cafés alegres, sombríos, serios, relajados... Compartimos muchas cosas. Y sólo él conoce secretos que los demás ignoran. Nuestro grado de confianza ha llegado a tal punto que ambos podemos permitirnos el lujo de decirnos cosas que a otros no osaríamos siquiera insinuar y también consentirnos palabras que en el resto constituirían una ofensa imperdonable.

Mi amigo, mi compañero, hoy me ha reñido. Me ha reconvenido porque escribo. Y, más que nada, lo ha hecho por lo que escribo. Supongo que, como alguno de vosotros, preferiría que abordara otros temas o relatara cuestiones menos sombrías. Y, por encima de todo, sé que está preocupado por mi bienestar.  

Sin embargo, el mes de noviembre pesa como una losa. Y aún queda un buen trecho de subida y toda la bajada. Y, a pesar de que también otra persona me ha dicho hoy que -dada mi vocación/profesión- no debería tener ningún problema a la hora de escribir acerca de cualquier tema, la verdad es terca y la página en blanco no puede ser ajena a lo que pasa por mi corazón y por mi mente. Por eso, y aunque me empeño, los temas no acuden y relleno el espacio con esa música que en este tiempo me ayuda a cubrir las ausencias.

Cada noche repito el mismo ritual. En la habitación donde él duerme, ajeno a mis cuitas, me siento. Porque es ahí donde me gusta escribir. Porque por un oído escucho música y por el otro esa respiración pausada que me habla de un niño sano, feliz. Y es ahí, sin embargo, donde me siento más sola. Frente a la página en blanco. Y cada noche es una batalla. Porque, sin orden ni concierto, las ideas llegan a las yemas de mis dedos, que vuelan veloces sobre el teclado, vertiendo sentimientos profundos y sinceros. Y muchos días, sin el filtro de la noche, que pone las cosas en su sitio y las devuelve al lugar que les corresponde, subo los textos al blog. Piezas que, cuando leo más tarde, casi no reconozco salvo por un eco lejano. Por eso, y porque he querido hacer caso de mi amigo, he empezado escribiendo acerca de la amistad y he terminado hablando de otras cosas. No obstante, porque sus consejos siempre son certeros, voy a perseverar y trataré de seguir sus indicaciones. Sin embargo, y aún cuando he tratado de renunciar a la escritura, la necesidad es más grande que mi determinación y las palabras surgen en cada momento y las ideas se agolpan en los dedos a la espera de encontrar esa senda blanca que las conduce al papel, donde toman forma y conciencia y se convierten en una realidad ajena a la mía.

En cualquier caso, muchas gracias t., porque has conseguido que la tarde fuera más alegre que la mañana. Y te prometo que voy a intentar escribir en los próximos días sobre esa estampida a la que nos referíamos el otro día y que tantas carcajadas nos arrancó.

Niebla

Niebla

 

La niebla esconde las flores. Todas y cada una de ellas. Las que resisten el otoño y aquellas que, escondidas en los libros, vivieron el calor del verano.

 

La niebla ha llegado esta mañana. Como el velo de una novia, ligero y sutil, sostenido en el viento. Como el vaho que trae la emoción a los ojos. Con su silencio. Polvo de estrellas.

 

La niebla -que transforma paisajes, sonidos y personas desdibujando la memoria- permanece. Aire denso y pesado. Recuerdos antiguos. De otras vidas. Fueron existencias en las que el sudor helado del rocío llegaba cada mañana para quedarse. Y el sol, que no estaba, alentaba pasiones imperfectas. Emociones muertas. Resecas por el viento. Y sólo la niebla, con el poder que el agua instila, despertaba del sopor una piel arrugada, marchita, ahogada.

 

La niebla ha llegado esta mañana y el frío que le acompaña ha herido las hojas de muerte. Batían en lo alto, lastimando pensamientos y emociones. Bañadas en un sudor frío. Su olor, humedad y primavera, recordaba que el invierno está cerca.

 

Pero antes, este noviembre reseco, callado, pesado, certero, resistirá un poco más. A pesar de las flores, de las hojas que reniegan del frío que les impele al letargo. La niebla, que atenúa la luz, oculta todo. Y adormece. La niebla esconde las flores. Todas y cada una de ellas. Y, en silencio, caen. Despacio. Dañadas. Muertas.

El último silencio virgen

De todos es sabida ya mi pasión por los bosques de hayas. Ellos constituyen mi refugio y mi inspiración. Hoy me gustaría conduciros al bosque de Larra de la mano de Cosas de Cumbres, un blog de un pamplonica al que conocí hace muchos años y cuya casa me encanta visitar por sus fotos y sus crónicas.

...a star alone

 

Innisfree, que nos mantiene informados de todo aquello que tiene relación con Irlanda, su actualidad, música y costumbres, nos recuerda hoy ha salido a la venta el nuevo disco de Enya: And winter came.

No puedo subir la canción, aunque lo intentaré más tarde, pero si la letra de uno de los temas que Innisfree gentilmente transcribe y que tiene mucho que ver con este mes de noviembre.

Trains and winter rains
(Letra de Roma Ryan)

City streets passing by
Underneath stormy skies

Neon signs in the night
Red and blue city lights
Cargo trains rolling by
Once again someone cries

Trains and winter rains
No going back no going home
Trains across the plains
And in the sky a star alone

Every time it’s the same
One more night one more train
Everywhere empty roads
Where they go no-one knows

Trains and winter rains
No going back no going home
Trains across the plains
And in the sky a star alone
Trains and winter rains
No going back no going home
Trains across the plains
And in the sky a star alone

Trains and winter rains
No going back no going home
Trains across the plains
And in the sky a star alone
Trains and winter rains
No going back no going home
Trains across the plains
And in the sky a star alone

Y sigue noviembre...

Julio Cortázar

"Nada está perdido, si tenemos el valor de proclamar que todo está perdido y hay que empezar de nuevo".

Obama

Supongo que esto que ha pasado en Estados Unidos es muy importante. Y lo supongo porque mi hijo, de once años, cuando esta mañana se ha levantado me ha dicho, antes del beso matutino:

- ¿Qué ha pasado, mami?

- ¿Cómo que qué ha pasado?, he contestado yo.

- ¿Quién ha ganado?

Y me he ido a la radio para saberlo.

Mi música

¡Me encanta!

 

 

Más silencio

La mente tiene recursos inexplorados. Es curioso cómo hace enmudecer las cuerdas vocales cuando queremos decir aquello que no podemos o no debemos. No me llaméis. No podré contestar. Una oportuna afonía me ha hecho enmudecer de momento. Sólo puedo seguir escribiendo.

Noviembre

A María no le gusta noviembre. Vuelve a llover. Igual que aquel día. Y que los otros que siguieron. Llovía sin cesar. El cielo estaba oscuro y las jornadas llenas de pesar. Llovía continuamente: fuera, el agua caía en un manto incontenible que lo arrugaba todo, y dentro, el corazón, desgarrado en su tristeza, desbordaba el dolor en lágrimas infinitas.

 

Cuando llega noviembre María recuerda las prisas bajo la lluvia, sin paraguas, cargada con sus bolsas, de taxi en taxi. Los nervios. El miedo. La angustia. La tentación que llega ante un coche veloz que casi roza su ropa. Rememora sensaciones antiguas, encogida en vehículos ajenos para evitar que la reconocieran y delataran su presencia. Evitando lugares habituales, sitios conocidos, los pocos amigos que quedaban. Aislada del mundo. Porque cualquiera da pistas a aquel que sabe encontrar abrigo junto al poderoso. Siempre escondida en espacios cerrados. Sin apenas atreverse a pisar la calle por miedo a encontrar aquello de lo que huye.

 

María recuerda también noches eternas. Días inacabables. Jornadas en las que el teléfono sonaba sin cesar al abrigo del sol o la luna. Llamadas repetitivas que se anunciaban con una melodía que jamás ha querido volver a escuchar y que ha quedado soldada a fuego con el dolor de aquel tiempo.

 

En este noviembre, lluvioso y frío, de un otoño caduco, ella rememora los días de espera, sin destino, sin ocupación, sólo aguardando. En la confianza de que,  uno tras otro, aquello tendría fin. Recuerda las mañanas. Final de un periodo en el que el sueño llegaba tarde y preñado de imágenes odiosas, de miedo. En los que el despertar sólo traía más angustia. Un corazón acelerado que despertaba antes que el resto del cuerpo anticipando el dolor que iba a llegar con la conciencia. 

 

María recuerda ahora aquel hostal que fue su primer refugio. Sucio, frío. Inhóspito. Lleno de extraños. De ruidos ajenos. Donde las miradas no eran buen augurio y rehuía las palabras para no tener que dar explicaciones. Y allí estaba. Avergonzada. Porque estaba de prestado. Junto a ella, otras. Solas. Con niños... Y María sigue recordando las lágrimas del pequeño. Sus sueños interrumpidos, sus llantos. Y recuerda el otro sitio. Aquel que, compadeciéndose de su desesperanza, les ofreció quien menos esperaba. Y no puede olvidar las noches de frío que siguieron. La lluvia constante, los viajes en un coche prestado por una carretera desconocida y el peligro que acechaba en cada esquina. Y la lluvia. Que caía sin cesar. Impenitente. Derramándose en lágrimas sueltas.

 

Y recuerda su extrañeza, cuando escapaba un momento de su escondite, porque para el resto del mundo la vida continuaba. Y ella, María, contaba sus monedas. Porque no sabía cuánto tiempo durarían. Buscaba una salida, un refugio más seguro. Porque el cerco se estaba cerrando.

 

Y era noviembre. Y ningún noviembre ha vuelto a ser lo mismo desde entonces. Y menos cuando llueve. Porque la lluvia trae el recuerdo, que vuelve una y otra vez con toda su crudeza. Porque el paso del tiempo no ha borrado las escenas que regresan con la misma intensidad de entonces.

 

Y María, porque ya lo sabe, ensaya el mismo método. Pasa las noches esperando una nueva mañana. Un día tras otro. Aguardando que el tiempo transcurra y que, cuando el 19 no sea más que un recuerdo, el dolor se esconda hasta el próximo noviembre.

Psicodelia

Psicodelia

Luisa Miñana acaba de publicar un nuevo capítulo de La Arquitectura de tus Huesos. En esta ocasión el tema, que parte de la obra fotográfica de Miguel Ángel Latorre, aborda el tema de la arquitectura y la psicodelia. A mi, que me gusta ir picoteando en los blogs amigos, me gusta especialmente esta foto que contextualiza el capítulo.

Dentro y fuera

Dentro y fuera