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La vida es bella

La vida es bella, a pesar de que algunos intenten que la nuestra sea otra cosa.

Y ya que el sol sigue brillando tímidamente, aunque sus rayos sólo calienten desde la distancia, sigo sonriendo.

 

 

Merece la pena

Durante una larga etapa de mi vida, cada noche, al acostarme, rebuscaba momentos de la jornada tratando de recuperar un solo instante por el que hubiera merecido la pena empezar el día. Siempre he recordado las risas, un abrazo, una palabra, un acontecimiento... Por pequeño que fuera el detalle, hacía que todo lo demás tuviera sentido: sólo por haber sido capaz de disfrutarlo. En toda su intensidad.

 

Casi a oscuras, cuando los escaparates aún no reflejan imágenes, he salido hoy a la calle. Y el agua, que caía en cortinas constantes y espesas, ha teñido de nostalgia un instante anodino. La lluvia traía una cierta añoranza por la tierra en la que ya no vivo y he dejado que el sentimiento anegara mi espíritu como una ola de verano acariciando la arena.

 

A mediodía, tampoco sé muy bien por qué, mientras taconeaba el pavimento de la plaza de España, mi pensamiento ha volado veinte años atrás, cuando por primera vez pisé esta tierra que ahora siento tan mía. Quizá haya sido el color del cielo, de un gris compacto y denso, quizá el reflejo de ponerme los guantes. A lo mejor ha sido ese frío del Norte, que cala los huesos de tal forma que ningún aliento es capaz de ahuyentar. Y mientras, apresurada, acudía a una cita, he reflexionado sobre lo acontecido en las dos últimas décadas. Y no soy lo que fui. El camino ha sido arduo, largo, lleno de obstáculos. Sin embargo, cuando siento... cuando miro lo que de verdad quiero, me gusta lo que hallo. Incluso esas aristas que nunca estuvieron y que, sin embargo, ahora, me protegen.

 

Y después, una comida llena de sentimiento, de cariño. Un encuentro pleno de palabras. De historias. De problemas. De deseos inconfesables. De amores insatisfechos. De dudas. Con alguien a quien quiero mucho. Con esa persona que ha posado en mi regazo una confidencia que pesaba como una losa. Un encuentro, en torno a un poco de pasta y un algo de alcohol, que nos ha ayudado a estrechar unos lazos que van tejiendo una relación sólida y profunda.  

 

Y después, la tarde ha estado llena de risas ligeramente ebrias. Auspiciadas por un sol que brillaba vacilante. Libre de los cúmulos que lo apagaban otros días. Un sol cuyos rayos contribuyen a que las flores, tras la caricia de la lluvia, se muestren con todo su esplendor. Un sol que proyecta su cálido reflejo a pesar incluso del invierno. Un sol que recuerda esas tardes de verano en las que uno languidece contemplando el horizonte. Un sol tan dulce que ahuyenta incluso el frío que llega del Norte.

 

Por todos y cada uno de esos momentos: por el sol que, de las dos, me muestra su mejor cara;  por el encuentro; por las aristas; por la lluvia... Por todos y cada uno de esos momentos... el día de hoy ha merecido la pena.

Hielo

En mis paseos por los blogs amigos me siento parásito porque mis palabras nacen de ideas que traigo de un viaje ajeno. A veces encuentro matices que ponen nombre a mis sentimientos. En otras ocasiones es una noticia, una imagen, una foto... Y aunque estoy convencida de que sus razones están alejadas de las mías, no puedo silenciar las palabras que surgen de esos retazos de historias ajenas.  

Este texto lo traigo de la casa de LaMima.

 

Tu ni lo imaginas, pero

si te alejas un momento...

me inunda el hielo.

 

 

Y de él ha surgido este sueño:

 

 

Tu ni te lo imaginas, pero

si te alejas un momento...

me inunda el hielo.

 

Ese manto de escarcha infinita que protege

el corazón desierto...

cubre de nuevo el abrigo que guarda tu nombre

anudado en aljófares.  

 

Rocío permanente que limpia el alba,

celosa de tu ausencia,

permite que el hielo transite en silencios constantes

llenando el espacio.

 

Tu ni te lo imaginas, pero

si te alejas un momento...

me inunda el hielo.

 

Paisajes vacíos, cuencas exánimes,

páramos desolados y antiguos en los que el frío,

intenso, silente,

hace victoria del duelo.

 

Escarcha.

Helada blanca que cubre

un espacio indolente de nadas y ausencias,

de temor, de miedo.

 

Tu, que ni lo imaginas.

cuando te alejas,

 permites que el  hielo adivine el final

y doblegue la lava que aún templa mis venas.

 

Tu ni te lo imaginas, pero

si te alejas un momento...

me hiere el hielo.

Íntimo y Personal

He disfrutado hoy una película que había visto ya por lo menos en dos ocasiones anteriores: Íntimo y Personal. Está protagonizada por uno de los grandes monstruos de la industria cinematográfica americana: Robert Redford. Le da la réplica una jovencísima Michel Pfeiffer. Ambos interpretan a dos periodistas de televisión. Redford, experimentado director de informativos, bregado en miles de conflictos y batallas, respalda la labor informativa de una novata Pfeiffer que llega con toda la ilusión del principiante. La película es una mezcla del trabajo y los entresijos de una cadena de televisión, con una historia de amor que, como muchas otras, no ofrece el final deseado.

 

Como soy una romántica empedernida, quiero rescatar de la cinta la música que pone la banda sonora al amor de Redford y Pfeiffer: Because you love me, de Celine Dion.

 

Y un diálogo que ambos mantienen en un momento determinado:

 

Michel Pfeiffer: ¿Pero quieres estar conmigo?

Robert Redfort: Tanto que me duele.

 

María José Cabrera

María José Cabrera

El Consejo de Ministros, en la sesión celebrada el pasado viernes 5 de diciembre, acordó la concesión de 31 Medallas de Oro al Mérito en el Trabajo, galardón que tiene como objetivo premiar y destacar el mérito de una conducta socialmente útil y ejemplar en el desempeño de los deberes que impone el ejercicio de cualquier trabajo, profesión o servicio.

 

En esta edición 30 medallas han sido concedidas a título individual a trabajadores pertenecientes a distintos sectores de actividad: sanidad, educación, medios de comunicación, espectáculo, política, sector agrario, empresarial, etc. y la restante a una organización, el Comité Español de Representantes de Personas con Discapacidad (CERMI).

 

Entre los galardonados figura la periodista aragonesa María José Cabrera. Según la nota de prensa distribuida por el Ministerio, Cabrera ha desarrollado su trabajo siempre en la capital aragonesa, siempre en la Cadena COPE, donde se jubiló como directora de informativos, con colaboraciones en TVE y "El Periódico de Aragón". Ha creado escuela en el periodismo aragonés y sigue colaborando en distintos medios. Su trabajo ha sido reconocido por sus compañeros distinguiéndola con el Premio Asociación de la Prensa de Aragón en los años 1993 y 2007.

 

Esto es lo que dice la nota de prensa. Yo os podría contar que es una de las personas más generosas que conozco. Una madre abnegada que ha luchado por sus tres hijos hasta hacer de ellos buenos profesionales y excelentes personas. Ha compaginado un trabajo, de una dedicación absoluta, con la atención siempre prioritaria a sus amigos y su familia. Su casa está siempre abierta para todo aquel que la necesite y en su mesa siempre hay una ensalada y un té listos en torno a los cuales desarrollar una buena tertulia.

 

María José vivió momentos difíciles en los medios de comunicación. Circunstancias que ella siempre ha superado con la profunda profesionalidad que ha marcado su trabajo y la sólida consideración ética de la vida y de lo humano que siempre ha aplicado a su existencia.

 

La Pepa Cabrera, que es como la conocemos sus amigos, ha sido para mí más que una amiga. Ha sido mi maestra, la mejor que he tenido. Ha sido la madre que estaba ausente, la amiga comprensiva, la consejera. La mejor persona.

 

En estos momentos, la vida nos lleva a ambas por caminos diversos. Sin embargo, el cariño, la admiración, el respeto, la amistad que le profeso estará siempre por encima de cualquier circunstancia. Y, por eso, no puedo sino emocionarme ante el reconocimiento que acaba de recibir del Ministerio de Trabajo y que no viene sino a reconocer una trayectoria profesional (y humana) que Aragón, una tierra a veces dura y desagradecida con sus hijos, afortunadamente había sabido ya rendirle.

 

Desde aquí, a la Pepa, mi felicitación más efusiva. Y mi agradecimiento. Por que es todo un honor haber podido beber de sus conocimientos todos estos años. Con todo el cariño que ella sabe que le profeso.

Apagón

Es curioso. Nunca le ha temido a la oscuridad. Ni siquiera cuando era pequeña. En realidad, no es una persona pusilánime. Bueno, si quitamos que tiene vértigo  (y eso consiguió vencerlo este verano subida a los árboles detrás de su hijo en un parque de tirolinas) y le dan miedo los pájaros (contra esto, que es así desde que tiene conciencia, ya no lucha. Simplemente vive con ello). Pero, a parte de eso, normalmente se enfrenta a las situaciones que encierran un cierto peligro con bastante serenidad.

 

Sin embargo, hoy le ha ocurrido algo sorprendente. Bueno, lo ha sido al menos para ella. Y es extraordinario porque jamás ha temido la oscuridad.

 

Hoy, que tenía clase de baile, L. A. ha registrado un apagón. Una ausencia de luz total en una noche, que ponía fin a un trimestre de carreras y pequeños sacrificios para poder llegar a clase cada jueves a las ocho y media. Justo cuando bailaba con J. L.

 

En un grupo en el que la media de edad debe de rondar los 55, J. L. baja bastante ese ratio. Y no sólo eso. Es además uno de los bailarines con los que mejor se desenvuelve en clase. Quizá porque su nivel y el de ella son bastante similares, o quizá porque la hace reír. Y que un hombre consiga arrancarle una sonrisa siempre es un punto a favor del varón, más si llega incluso a la carcajada.

 

Es curioso pero no baila igual con todo el mundo. Hay compañeros de danza con los que desde el primer momento se entiende a la perfección y se adapta a ellos como un guante y otros con los que, desgraciadamente, cada pieza es una batalla constante por defender un terreno en el que no permite que todo el mundo se deslice. J. L. pertenece, sin duda, al primer grupo.

 

Estaban bailando cuando la luz ha desaparecido. Completamente. La sala donde bailan no tiene ni una sola ventana. Está al final del local, con lo cual la luz de la calle no llega. Y, de repente, se ha encontrado en medio de la sala, agarrada a la mano de J. L. como si ella fuera una tabla de salvación. Se ha quedado totalmente paralizada e incapaz de reaccionar o de moverse.

 

El resto de los compañeros ha empezado a buscar los móviles y a tratar de aportar algo de luz al recinto que, os aseguro, para ella ha pasado de ser un lugar de diversión a convertirse en una caverna. Y eso sólo en unos segundos.

 

Y ha seguido allí parada. En medio de la sala. Agarrada a J. L. Sin poder hacer otra cosa que asir su mano. Sin pensar. Sin hablar. No podía. Sentía el terror congelando la sangre de sus venas.

 

Y J. L., que es un gamberro, ha empezado a hacer bromas. Sin soltarle la mano. Y se ha metido con ella. Sin soltarle la mano. Y se ha quedado quieto a su lado. Sin soltarle la mano. Y cuado se ha dado cuenta de hasta qué punto se había paralizado el terror, sin música, si luz, sin ver nada, ha hecho lo único que podía sacarle de esa situación: se ha puesto a bailar.

 

Así contado produce una cierta hilaridad. Una sala llena de gente, ni un solo rayito de luz, y dos destalentados bailando al son de su propio canturreo. Ajenos a todo cuanto ocurría a su alrededor. Así, hasta que ha vuelto la luz. Y entonces, han descubierto que otros hacían lo mismo. Y ha recordado que ya en las cavernas, los hombres, desde los albores de los tiempos, bailaban y cantaban para ahuyentar sus miedos.

 

Y han seguido riéndose porque, sin saber cómo, ambos han recordado las viejas películas de Fred Astaire y Ginger Rogers y han bailado una salsa al ritmo de aquella vieja canción que ambos interpretaban en "Sombrero de Copa" que decía algo así como "Heaven, I´m in heaven"... y terminaba "dancing cheek to cheek". Eso sí, la han tarareado juntos porque seguían sin música y sin profesor... que les había dejado tratando de buscar el origen del problema.

 

 

Fernando Sarría

Fernando Sarría

 

El Alhaquín", poemario de Fernando Sarría, ha sido galardonado con un accésit en el V Premio Delegación del Gobierno de Aragón.

Vamos a contar también que el fallo del jurado, que se hizo público ayer, concedió el V Premio a Francisco Javier Sanz Becerril, con su obra "Immanere".

Aunque lo que de verdad importa, o por lo menos a la autora de este blog, es que, según cuentan las crónicas periodísticas, la calidad de los trabajos presentados al certamen ha llevado al jurado a conceder también dos accésit. El primero de ellos ha recaído en Fernando Sarría Abadía, que ha concurrido con "El Alhaquín", Fernando Sarría, dicen, es autor de otros títulos como "El error de las hormigas" (Eclipsados 2008).

Fernando Sarría, y esto lo digo yo, es alguien a quien sólo he visto dos veces en mi vida. La primera, que fue cuando nos conocimos, tuvo lugar en un tanatorio. Yo, aunque quienes me tratan no se lo crean, soy tímida. Y en ese momento apenas cruzamos unas pocas palabras. Y eso que estaba acompañado por uno de mis ángeles de la Guarda (algún día hablaré sobre ellos). La segunda tuvo lugar en una especie de excursión ciudadana que nos organizaron y en la que no tuve ocasión de hablar con él. En ese momento ya mi blog empezaba a tener una cierta historia detrás y mi timidez había aumentado de tal forma que me era imposible cruzar una palabra con aquellos que conocían mis escritos por lo que de desnudos existenciales tienen.

Sin embargo, ha pasado ya un tiempo y he de reconocer que Fernando ha acabado contagiándose de parte del cariño que profeso a mi ángel de la Guarda. Seguramente porque creemos que a través de lo que alguien escribe podemos llegar a conocerlo. Quizás porque lo que escribe no hace sino poner palabras a aquellos sentimientos que nosotros no podemos describir. A lo mejor porque compartimos una manía profunda y oscura hacia el mes de noviembre.

Por todo eso, por que me encantan sus poemas, porque en ellos describe muchas de las cosas que me alteran el alma, me alegro profundamente. Felicidades Fernando. Y, para celebrarlo, una vez más, te "robo" uno de tus poemas. Tenías que ser uno sobre el silencio.

Quienes no lo conozcáis, acercaros por favor a su casa. Es cálida, confortable. Siempre que la visito encuentro el hogar encendido y un café esperándome.

 

Desármame,
sé el viento
que me desnuda.
Acalla mi voz
con tus dedos sabios.

Llego de un desierto
de arenas rojas
y tú eres la orilla
de una mirada húmeda,
el afán de la lluvia,
el vuelo de los mirlos,
la luz que ilumina tantos silencios.

The Corrs (Breathless)

Y así me quedo yo con The Corrs: breathless, sin respiración

The daylight's fading slowly, but time with you is standing still.
I'm waiting for you only, the slightest touch and i feel weak.
I cannot lie, from you I cannot hide.
And I'm losing the will to try, can't hide, can't fight it.

So go on, go on, come on leave me breathless.
Tempt me, tease me, until I can't deny.
This lovin' feeling make me long for your kiss.
Go on, go on, yeah. Come on.

And if there's no tomorrow, and all we have is here and now.
I'm happy just to have you, you're all the love I need somehow.
It's like a dream, although I'm not asleep.
And I naver want to wake up, don't lose it, don't leave it.

So go on, go on, come on leave me breathless.
Tempt me, tease me, until I can't deny.
This lovin' feeling make me long for your kiss.
Go on, go on, yeah. Come on.

And I can't lie, from you I cannot hide.
And i'm losing the will to try, can't hide it, can't fight it.

So go on, go on, come on leave me breathless.
Tempt me, tease me, until I can't deny.
This lovin' feeling make me long for your kiss.
Go on, go on, come on leave me breathless.
Go on, go on, come on leave me breathless.
Go on, go on, come on leave me breathless.

Go on, go on.

Un buen día

Hoy ha sido un buen día. Ha empezado bien y ha terminado mejor. Sin demasiados "brownies" (nota a pie de página: brownies equivale al típico "marrón" que nadie quiere, pasa de mano en mano y acaba encima de tu mesa cuando hace una semana que debería estar resuelto). Insisto, sin demasiados "brownies" y buen rollito en general.

 

Era la festividad de San Francisco Javier y a mi casa, aprovechando que era el santo de mi peque, ha llegado un disco de "El Canto del Loco". He descubierto una canción que, si cambiamos "canciones" por "escritos" (léase por escritos relatos, poemas, pensamientos...), se ajusta perfectamente a este blog. Disfrutadla como lo hago yo. Vamos, si os parece. ¡De buen rollito!

 

Algo más cálido... cuando termina noviembre

Algo más cálido... cuando termina noviembre

Muchas veces, los amigos esperan de nosotros aquello que no estamos preparados para ofrecer o que quizás ni siquiera sospechamos que precisen. Sin embargo, con los verdaderos amigos llegamos a establecer un vínculo que a veces nos permite detectar ligeras señales que nos hablan de la necesidad de un abrazo, de un beso, de una palabra amable, de un espacio de tiempo para escuchar sus cuitas. O a veces puede ocurrir que necesiten una cierta distancia para elaborar sus historias en soledad.

 

Mi mes de noviembre, que ha estado vestido de oscuro, lleno de hojas caducas y de nieblas, ha sido un mes doliente. Durante este tiempo he preferido el aislamiento y la reflexión. Mis amigos recientes han susurrado acerca de mi ausencia. Mis amigos de siempre han respetado mis silencios. Hay un nuevo amigo con el que hablé por primera vez en el peor día de noviembre. Y otro, tremendamente querido, al que ese día ni siquiera contesté un mensaje de apoyo a pesar de que estuvo.

 

Ahora, finalizado un tiempo que aunque parecía eterno ha pasado en un suspiro, vuelvo los ojos al mundo e intuyo que, cuando mi noviembre termina llevándose momentos tristes, hay amigos que se preparan para afrontar el invierno. Amigos a los a veces no llamo y opto por un mensaje apresurado. Un conjunto de palabras que, a pesar de todos los guiños, no deja de ser un bloque de letras sin matiz a las que es imposible cargar con todo el peso emotivo que arrastran. Y ese amigo que sientes tan cerca responde que esperaba un mensaje más cálido. Y eres consciente de que, una vez más, no has sido capaz de dar vida a las palabras. Quizá por falta de tiempo. A lo mejor porque no era el momento.

 

Siempre lo he dicho: la elocuencia verbal no es uno de mis fuertes. Y la escrita, requiere de tiempo, de esfuerzo, de reflexión y de sentimiento. Por eso, con más calma, quiero compensar unas palabras apresuradas con las que acabo de plasmar, escritas desde el corazón, y compartir además con él este baile narrativo que interpretan el mar y la roca a partir de una fotografía de Miguel Ángel Latorre, con la esperanza de que le recuerden la calidez del verano, que siempre vuelve. Sólo hay que saber esperarlo.  

 

 

Ha vuelto los ojos al mar, que estaba esperando. Sobre el promontorio que se yergue orgulloso, hacia el horizonte, se asoma a la eternidad de sus vaivenes. Y esa oscilación cambiante de cristales transparentes le atrae, como un amante. Un susurro roza su piel y la eriza, mientras la espuma crestea las olas.

 

Ella, de espaldas al embrujo de su voz, resiste. Sin embargo, su nombre, apenas pronunciado, suena como nunca antes. Siente que sea otra. Tan dulce se expresa.

 

Lentamente, desde la roca, gira su rostro. Esperando... Es el mar. Ella permanece. Estática en un promontorio. Unida a él, sin saberlo, en fusión incandescente.

 

Y el mar, cansado de tanto viajar, buscando reposo en la orilla, descubre ese nuevo ser, que surge de la roca con la fuerza de los siglos. Los pies anclados al suelo, que supura junto al agua pedazos de cielo. Y, aún sin quererlo, acaricia la roca sobre la que ella gime. Y el tiempo pasado, largo y comprometido, ha preparado el camino para un encuentro perfecto: mar y tierra, vaivén y murmullo.

 

El mar, que es sabio, eterno, profundo, muestra todas sus caras. Ella prefiere el susurro. Pero atisba la tormenta, cuando el viento agita sus cimientos y, desde el fondo, surge la fuerza eterna que lo consume. Entonces, el agua se arbola. Se enrosca. Salta en cabriolas locas. Avanza pariendo las olas, que surcan espacios prohibidos. Porque el mar, imbatible, también requiere un espacio: sobre el promontorio, frente al horizonte. Y, aunque la fuerza que imprime a las olas sube escarpando el talud, ella está lejos, ausente. La roca, que aísla y protege, la mantiene limpia, al abrigo del mar, tan cálido... Sólo algunas gotas pequeñas, sublimes, surcan su rostro mientras funden con las lágrimas que derrama al ver que el sol se aleja. Astro luminoso que apaga su fuego en olas coléricas, deja sobre el mar reflejos eternos que hablan de retos, de amor, de silencio.

 

Y el mar, imbatible, sigue esperando. Superficie exangüe. La vida se escapa. Las olas ya no suspiran. Sólo permanecen. Descansando. Y la espuma, que en la tormenta forma corrientes furiosas, se funde ahora con el agua,  amalgama constante que duerme.

 

El mar ya no tiene fuerza. ¡Perdió tanto!  Ahora sólo queda el reflejo de lo que fue. Un suspiro. Un anhelo de lo que pudo ser. Porque el encuentro, aún imaginado, fue tan limpio... Caricia soñada: la ola se vierte en la arena con el sabor añejo de una costumbre. Y la playa acepta que llegue, consciente de que la estancia será breve. Aunque, en el fondo, desea que ese baile constante siga para siempre.

Mikel Laboa

 

Ha muerto Mikel Laboa. Vuela ya con su txoria. Aquí queda un sentimiento de tristeza porque con él se va parte de una historia, vital y musical. Y muchos recuerdos de juventud. Sobre todo… un primer beso, que quedará para siempre unido al vuelo de su Txoria Txori.

 

Yo, lo que amaba, era al pájaro... dice la canción.

Fernando Sarria

Un poema de Fernando Sarría para empezar la semana.

 

Puedo devorarte en un portal,
amarte en un baño de bar
junto a las cajas de cervezas vacías,
dentro de un coche en lo oscuro
o entregados en una cama de motel,
no importa el sitio,
lo único será lo que tendremos…
el uno al otro y el mundo parado.

Silencio

Silencio

He descubierto que en la vertiente en la que el sol se pone la aurora llega perezosa. Y más cuando un manto de lluvia humedece la madrugada. En la penumbra, y en medio del silencio que llena la plaza, los pasos perdidos resuenan sobre las piedras con el eco infinito de los muros.

 

Rodeando su perímetro, he franqueado la puerta, tras subir la escalinata que guarda el silencio. Una vez dentro, ese mutismo del que vengo escapando, me golpea con la fuerza de una ola enfurecida. Y el miedo, sujeto hasta ahora bajo siete llaves, aprovecha la sorpresa para instalarse en mi alma.

 

Casi a punto de volver sobre mis pasos, el calor de la Casa del Padre ha plantado batalla al temor que envuelve el espíritu. Y, poco a poco, como siempre ocurre, Él ha ganado la batalla.

 

Despacio vadeando el tiempo silente que rodea los bancos, he elegido uno cerca del lugar en el que los susurros conjuran el arrepentimiento. La luz roja habla de una presencia humana.

 

Aunque he descubierto que en la vertiente en la que el sol se pone hay un lugar para la reflexión, el espíritu está tan agitado que no encuentra el camino hacia a luz y prefiero el encuentro directo. Conversación nueva con un Amigo antiguo, el diálogo surge a trompicones. Con excusas. Y, a medida que el tiempo transcurre y el corazón espera, la paz me llena. Y sin la carga de pesos ajenos y sueños perdidos aprendo de nuevo a dar las gracias. Por lo que hay. Por lo que tengo. Por lo que vendrá.

 

Y después, mucho silencio después, pido valor. Más. Para olvidar que una vez anhelé lo que no era mío. Para saber mantener lo que siempre fui. Para cultivar lo que siempre tuve.

 

Y al levantarme, junto al lugar en el que los susurros generan paz, respiro de nuevo. Y sonrío. Y la luz me llena de nuevo a pesar de que la escalinata tras la que se esconde el silencio está más húmeda, más resbaladiza a causa del sirimiri que cae sin cesar. Sin embargo, desciendo segura, sin miedo. Porque el silencio, que me pareció muy largo, fue bueno.

 

 

 

                                                        

La foto, aquí.                   

Please forgive me (Bryan Adams)

Una de citas

En mis paseos por los blogs amigos he encontrado esta cita:

 

"Sólo porque alguien no te ame como tu quieres no significa que no te ame con todo su ser".

La Flauta Mágica (La Reina de la Noche)

De S a Z pasando por B

He cruzado la tierra que se extiende entre dos mares. Bajo las nubes, nieve y agua. Por encima, el sol luce a pesar de que hoy se celebra el Día contra la Violencia de Género.

 

NOCHE

Música: Amaia Montero y Xabi San Martín

Letra: Xabi San Martín

 

 

Otra noche por delante

y demasiadas por detrás

confesándole a mi almohada

que nadie me ve llorar.

 

Cuando llegan las estrellas

temo que mi sensatez

subestime mi manía

de querer volverte a ver.

 

Y una vez duerma mi cabeza

tomará el mando a mi corazón.

Soñaré que tú me despiertas,

que aún vive tu apuesta,

por nosotros dos.

 

Son tan fuertes mis latidos que

el sonido de mi voz

no se escucha cuando a gritos pide

que me haga mayor.

 

Por eso cada noche yo muero

y después me encuentra un rayo de sol,

se quedan en la cama mis sueños

y me salgo yo.

 

En cuanto cierro los ojos

se me encoge el corazón

lo que dura un parpadeo

es ya una foto de los dos.

 

Y aunque sé que nuestra historia

es la que nunca pudo ser,

en algunos de mis sueños

ser valiente es tu papel.

 

Y una vez duerma mi cabeza

tomará el mando el corazón.

Soñaré que tú me despiertas,

que aún vive tu apuesta,

por nosotros dos.

 

Son tan fuertes mis latidos que

el sonido de mi voz

no se escucha cuando a gritos pide

que me haga mayor.

 

Por eso cada noche yo muero

y después me encuentra un rayo

de sol,

se quedan en la cama mis sueños

y me salgo yo.

 

A veces al hablar de mi vida

termino por romper a llorar

supongo que es ahí cuando

empiezo

a contar lo que quiero decir de

verdad.

 

Son tan fuertes mis latidos que

el sonido de mi voz

no se escucha cuando a gritos pide

que me haga mayor.

 

Hasta siempre compañero

nuestra historia se acabo,

hasta siempre amigo mío,

ya no hay sitio para dos.

 

Por eso cada noche yo muero

y las mañanas me hacen vivir,

así de día tengo mis años

y en cambio de noche

mis años veloces

me tienen a mí.

 

De Z a S pasando por AC

 

De Z a S pasando por AC

 

Esta mañana he visto paisajes que a veces he soñado. Partiendo de Z, donde la lluvia empezaba a colarse por los resquicios que dejaban algunos tímidos rayos de sol, he llegado a AC. Pero en el trayecto, dentro y fuera de las nubes, he visto escenarios imaginados.

Al iniciar el vuelo, fragmentos ajedrezados de tierras oscuras y grises formaban un puzzle continuo de espacios desconocidos. Sobre ellos, alternando con la claridad del día, cúmulos blancos y grises adornaban una tierra yerma.

A medida que hemos ganado altura, las estelas que forma el río horadando el valle han quedado desvaídas. Sus bordes, desdibujados por la distancia. Y en lo alto, mantos de algodón que mantienen el calor de un otoño que está cediendo el paso al invierno sin recato, a destiempo.

Y de repente, me he sentido flotar. La cabeza ligera, el corazón libre de ataduras. Era nieve entre las nubes, espuma de mar en la cresta, copos de hielo escarchado creando estrellas imperfectas. Y entre los cúmulos he descubierto la barba de Santa Claus, y el humo que hace el indio con su manta en la cima de la montaña, y un conjunto de iglúes. Y, de repente, un muro de agua escarpado. Un trozo de mar en el cielo. Una ola terrible. Una montaña líquida que nos ha engullido hacia la Nada. Y la Nada era blanca. Y no dolía. Sólo había paz. Pero también silencio. Mucho silencio. Y, al igual que el nonato flota en el vientre de su madre, he sentido que el vacío me acunaba. Suavemente. Y en él he querido mecerme. Al son de una melodía ascendente. Luego descendente. Un giro a derecha. Un poco más cerca.

Y, de pronto, ese manto lechoso ha dado paso a una cierta espesura que, congregándose en bloques, permitía atisbar otro abismo, el de Finisterre. El Océano Atlántico se ha hecho presente. Primero al filo del terreno, creando cicatrices de espuma revoltosa, para después, tras una nube derretida, asomarse en todo su esplendor. Una exhuberancia oscura porque el temporal se cernía sobre la costa, de dentro hacia fuera. Y las nubes se derramaban en lienzos antiguos y espesos.

AC nos esperaba. Y desde allí a S. Por un camino jalonado de un color tan verde como yerma era la tierra que habíamos dejado.

Y en S. una voz del pasado, con la que ya no contaba, ha hecho que el día mereciera la pena. 

La Arquitectura de tus Huesos

La Arquitectura de tus Huesos

 

Luisa Miñana publica esta semana un nuevo capítulo de La Arquitectura de tus Huesos. Y la cosa vuelve a ir de fotos: de fotos de barcos, de pagodas y, cómo no, de arquitectura. En concreto, parte de una imagen del Flying Cloud, un cliper que surcó los mares en la primera mitad del siglo XIX.

 

Siempre me ha atraído el mar. Prueba de ellos son los relatos, poemas y ensoñaciones (o como queráis llamarlos) que habitan mi blog además de algunos otros que esperan llegar a esta casa algún día. Hay uno que escribí hace mucho tiempo y que ha estado durmiendo en un cajón esperando el momento oportuno para salir a la luz.

 

La filosofía de La Arquitectura de tus Huesos es, según comentaba hace unos días Luisa, desarrollar una red cibernética a partir de un relato, foto o poema, y abordar el tema desde distintos puntos de vista.

 

Desde esta premisa, y con la esperanza de que ella lo considere oportuno, he pensado que el capítulo de esta semana podría ser una buena ocasión para compartir mi relato. Porque el barco de mi historia era el Silver Maid, pero también podría haber sido el Cutty Shark, el Scotish Maid o incluso el Flying Cloud si  este cuento se hubiera parido en otro momento.

 

Espero que os guste.

 

MAR DE SOLEDAD

 

 

Cuando embarqué en el "Silver Maid" tuve la impresión de que el viaje acabaría mal. Desde el principio pensé que no debería haber cedido a aquel primer impulso que me hizo llevar a mi hijo Dennis conmigo. El pequeño siempre había sido un niño retraído pero a raíz de la muerte de su padre todavía se había encerrado más en sí mismo. Dennis y James siempre habían estado muy unidos. A pesar de que mi esposo viajaba mucho y de que el niño no lo veía tan a menudo como hubiera sido deseable, entre ambos, desde que nuestro hijo dio sus primeros pasos, se estableció una relación de la que yo me sentía excluida.

 

Con la desaparición de James, mi mundo se hizo añicos. Nada era como yo había dispuesto. Todos me daban consejos, todos sabían bien qué debía hacer, qué me convenía y cómo tenía que actuar. Pero nadie me hablaba de la soledad, de la desesperación, de la añoranza que atenazaban mi corazón y me impedían ver nada más allá de mi dolor.

 

En ese vacío no podía encontrar un lugar para Dennis. Mi pequeño se iba alejando cada vez más de mí y yo no quería darme cuenta.

 

Cuando recibí la carta de Gina, pensé que un cambio de aires nos vendría bien a los dos y el contacto con otros niños de su edad le beneficiaría. La querida Georgina nos recordaba que teníamos otra familia que reclamaba nuestra presencia en Buenos Aires.

 

Aunque al principio dudé, finalmente decidí que un largo viaje podría ayudarnos a superar los angustiosos momentos que habían precedido y rodeado la muerte de James. Nunca antes había viajado en barco. Tampoco Dennis. Pero la perspectiva de conocer a una familia, que para nosotros había sido completamente ajena, se planteaba cuando menos sugerente y se imponía a la sensación de que algo nefasto estaba a punto de suceder. En realidad, no sabía muy bien qué más podía ocurrir tras haber perdido a la persona que más quería en este mundo y alrededor de la cual giraba toda mi vida.

 

Aquellos lejanos primos que James -Jaimecito, según ellos- había dejado en Buenos Aires cuando sus padres decidieron volver al hogar patrio, nos ofrecían ahora un mundo nuevo que, al menos, contribuiría a desdibujar nuestro dolor. La fotografía de la prima Gina, sonriente junto a su hijo pequeño, que adjuntó en su misiva fue el argumento definitivo que me animó a comprar los pasajes y embarcarnos rumbo a Argentina.

 

La carta llegó en el momento oportuno. La soledad de Inglaterra, la lluvia y el frío estaban haciendo mella en mi carácter. Aunque yo siempre había sido una persona alegre y dicharachera, la muerte de James convertía cada jornada en una lucha contra la molicie que pugnaba por instalarse en nuestra casa. Las travesuras y aislamiento de Dennis estaban haciendo que me alejara de él y abandonara su atención en manos del servicio. Su presencia, además, era un constante recordatorio de la ausencia de su padre. Y eso era algo para lo que todavía no estaba preparada. No podía aceptar que James se había ido para siempre. Cada mañana me levantaba imaginando que había vuelto a salir de viaje y que dentro de poco recibiría una carta anunciando su vuelta.

 

Pero la misiva no llegaba y la soledad se iba posando sobre mi alma, tan ligera y definitiva como un sudario. Cada tarde repetía un ritual que durante años había seguido. Me vestía, bajaba al salón y -con mis labores en el regazo- me preparaba para recibir las visitas que se acercaban a tomar un té y calentarse junto al fuego de la chimenea, al resguardo de las adversas condiciones meteorológicas que azotaban las nebulosas tardes londinenses.

 

Sin embargo, las visitas que antes aguardaba con impaciencia, pues me traían los últimos chismes de la city, ahora se me antojaban aburridas y superficiales. Los amigos que antes entretenían mis tardes constituían ahora una incómoda presencia que debía soportar con estoicismo mientras mi mente se alejaba vagando por lugares imaginados.

 

Las noticias que llegaron de Argentina resultaron providenciales. La foto que Gina habían incluido en su carta fue como un soplo de aire puro en un escenario viciado y decadente. La luz, el agua que corre libremente entre la espesura y el verde que se impone en la instantánea ejercieron sobre mí una atracción difícil de describir.

 

Gina había sido siempre la prima preferida de James. Ella era quién poblaba sus recuerdos de infancia y juventud. Hasta el punto de que los celos, un buen día, quisieron hacer mella en nuestra relación. Sin embargo, el tiempo me confirmó que Gina era a James lo que las nanas son a los bebés. Ella había sido su punto de referencia, formaba parte de su paisaje infantil. Teniendo en cuenta que los padres de mi marido habían viajado a lo largo y ancho del continente sudamericano, su prima había sido una especie de madre, compañera, hermana, amiga... En fin, todo.

 

Cuando la foto llegó a mis manos, casi podía adivinar la conversación de Gina con su hijo. Y las risas del pequeño bromeando y haciendo muecas: "¿Me pongo así?". Aventuraba también la dulce reconvención de su madre pidiéndole formalidad para hacer la foto que luego enviarían a la prima de Inglaterra, pobrecita, que había perdido a su marido. "¿Igual que tu, mamá?". "Igual que yo, cariño". Quería imaginar también el dolor de Gina ante la muerte de James y su deseo de ayudar a una familia que había perdido el sustento y el puntal de apoyo.

 

 Una vez embarcamos en el "Silver Maid" las cosas, lejos de mejorar, fueron empeorando de manera directamente proporcional a las condiciones meteorológicas. El viento y la lluvia que atacaron los costados del barco nada más partir de Portsmouth serían una constante a lo largo de toda la travesía.

 

Aunque nuestro abogado, el querido George, había intentado conseguir los mejores pasajes que pudo con tan poco tiempo de antelación, la travesía no presagiaba nada bueno.

 

1913 no había sido un buen año. James había fallecido en noviembre y era enero de 1914 cuando el "Silver Maid" inició la singladura. Corrían vientos de guerra en el continente y todo hacía pensar que, si finalmente estallaba el conflicto, Inglaterra tendría que tomar partido. Eso estaba provocando que muchas familias emigraran hacia el Nuevo Continente con la intención de iniciar una nueva vida lejos de Europa.

 

La falta de espacio y el mal tiempo hacían que nuestro carácter se fuera agriando a medida que avanzaban los días. Dennis cada vez resultaba más insoportable y yo me sentía incapaz de contenerlo. La consecuencia era  que el pequeño campaba a sus anchas por el barco sin que nadie supiera nunca muy bien dónde se encontraba.

 

Quizá si yo no hubiera estado tan obsesionada con mi propio dolor podría haber detectado a tiempo las inconscientes señales que el niño enviaba desde hacía semanas.

 

Aquella mañana, a punto de avistar tierra firme, noté la falta de Dennis. Desde la hora del desayuno no lo había vuelto a ver. Yo me había retirado a mis aposentos para descansar y él, como cada día, había desaparecido escaleras arriba hacia la cubierta. No quise darme cuenta de que quizá no era lo más conveniente que el pequeño correteara por la proa con el viento y la lluvia azotando el casco con fuerza. Pero, el dolor, nuevamente, pudo más y me abandoné a mis recuerdos.

 

Sin embargo, cuando al filo del mediodía me dispuse a arreglarme para acceder al comedor, no pude ignorarlo por más tiempo: Dennis había vuelto a desaparecer y, desde hacía horas, nadie tenía noticias suyas. Salí en busca de mi hijo: ese pequeño que hacía un tiempo había llevado en mi interior y que ahora se había convertido en un extraño al que no sabía cómo ni de qué manera tratar.

 

Cuando salí a cubierta, la fuerza del viento casi me arrojó al suelo. Pequeñas gotas de agua se adherían a mis ropas. El vestido se enroscaba entre mis piernas como una trampa mortal que me impedía avanzar. Mientras luchaba contra la fuerza de los elementos y trataba de alcanzar la popa, fui consciente de lo egoísta que había sido con mi dolor y mi vida. Mi pequeño podía estar en esos momentos en grave peligro y a mí ni siquiera me había preocupado averiguarlo.

 

Mis gritos trataban de sobreponerse al ruido que me ensordecía. El viento agitaba las velas en un baile diabólico mientras el mar interpretaba una melodía furiosa y, al tiempo, arrebatada. Mientras recorría el barco gritando el nombre de mi hijo, completamente empapada, aún pude aventurar lo que sería mi vida sin Dennis. El legado de James, mi amor hacia él, todo lo que me quedaba estaba representado en la figura de un niño al que yo había ignorado durante meses.

 

Al escuchar mis voces, algunos otros viajeros se habían unido a la búsqueda. A medida que pasaba el tiempo yo perdía los estribos y trataba de imaginar dónde podría haberse escondido mi hijo. En aquel instante recordé que, en otro tiempo, Dennis adoraba reptar bajo las telas que a menudo utilizaba para realizar mis trabajos de costura, mientras su padre y yo charlábamos a la vuelta de uno de sus innumerables viajes. Y traté de pensar qué sitios albergaría el "Silver Maid" que pudieran servirle de escondite. Mi mente se negaba a aceptar que el pequeño quizá ya no estuviera en el barco.

 

Jadeando por el esfuerzo de luchar contra el viento y la lluvia que azotaban la cubierta del barco, me detuve un instante al lado de los botes de salvamento, intentando orientarme. A través del ruido pude escuchar un débil quejido que procedía de debajo de las gruesas lonas que cubrían las barcazas. Con cuidado, a fin de no asustarlo, levanté una de las esquinas para descubrir a Dennis, acurrucado y tembloroso en el interior del bote.

 

Con la ayuda de algunos pasajeros, conseguí llevarlo hasta el camarote. Allí, entre lágrimas y sollozos, entendí que la soledad no es sólo cosa de adultos y que mi indiferencia le había herido tan hondo o más que la muerte de su padre.

 

Mis brazos rodearon aquel cuerpecillo menudo que temblaba de miedo y de frío.

 

El amor que pudiera darle en los años venideros no sé si, en algún momento, llegaría a compensarle de las carencias anteriores. En cualquier caso, la travesía tocaba a su fin y un mundo nuevo, lleno de oportunidades, se abría ante nosotros.

 

Mientras abrazaba a mi pequeño tratando de recuperar el tiempo perdido, soñaba con una nueva vida en la que tanto Dennis como yo pudiéramos hallar el consuelo que ahora nos faltaba.

 

A punto de arribar a tierra, sin embargo, supe que nunca más podría volver a mirar el océano sin sentirme angustiada. Sin sufrir el vacío que durante un momento había llenado mi corazón al temer que, después de la muerte de James, también había perdido a nuestro hijo. Y, por una vez, pensé que quizá lo mejor fuera dejar atrás para siempre ese mar de soledad.

 

Las tierras del norte (I)

Las tierras del norte (I)

El chirimiri, denso, constante e insistente, ha alimentado mis sueños durante todo el fin de semana.

 

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