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Ensoñaciones

Un paso atrás

Doy un paso atrás para, a partir de ahí, volver a caminar.

Azul sobre blanco

Azul sobre blanco

 

¿Cuántas palabras quemamos en unas horas?

Recorrimos el sendero tan deprisa

que mi alma, desnuda y velada por el duelo,

se resiente ante el silencio.

No aprecié los matojos del camino

y me hirieron,

ligeros rasguños que supuran amalgama de sueños y anhelos.

 

Y aún queda la vergüenza.

Nuda mi conciencia ante ti, he visto los deseos.

Y entre tanta palabra, blanca y honesta,

me he sentido frágil.

¿Cuántas quedaron en el tintero?

Me resisto a olvidarlas.

Cada letra, tesoro vertido en un mar de expresiones,

se hace laberinto rizado e insondable.

Y me envuelve. Y me escondo.

 

Durante un tiempo, ese dédalo impenetrable de ideas

me guiará hacia otro piélago de emociones.

Azul sobre blanco.

Porque sólo en ellas encuentro consuelo.

Linaje extenso de términos que me arropan mientras los vierto:

azul sobre blanco.

 

Y unidos, palabras, expresiones, términos y letras,

recrean un paisaje familiar en el que descanso

mientras mis rasguños sanan.

Azul sobre blanco.

 

Pero seguirás ahí.

Escuchándolas cuando me acunan.

Esperando. Aguardando.

Apoyándose en ellas renacerá una amiga.

La que siempre fue. La que no se ha ido.

Porque siempre estuvo.

Porque así ha ocurrido.

Quizá sólo, por un momento,

estuvo soñando con un fondo azul.

Azul sobre blanco.

 

 

La foto es de M. Á. Latorre, de la serie "La otra Expo". La instantánea corresponde a la escultura "El Alma del Ebro"

Lamia y Humano (II)

Lamia y Humano (II)

 

El otoño está cayendo sobre el hayedo. Se nota en el rocío que cada mañana resbala por las hojas, en la niebla que al atardecer baja de las cumbres para cubrir el manto de musgo y hojas que protege la tierra roja. Se deja sentir en el silencio, extraño y denso, que se desliza evanescente entre las hayas. Se aprecia en los animales, que se esconden. Se nota en el sopor que se adueña de la naturaleza, aletargándola, retrasando sus procesos.

 

Lamia recorre el hayedo arrastrando sus pies entre la hojarasca, empujando sin querer pequeñas piedras que entorpecen su camino. Ella respira el aire denso, perlado de niebla. Despacio, como las estaciones, se dirige al claro que protege sus secretos. En él, un haya centenaria extendió una vez sus raíces, levantando la tierra, impregnando con su huella un claro que ahora Lamia reclama para sí y sobre el que, hace ya mucho tiempo, el rayo furioso de una tormenta vespertina descargó arrancando la estatua orgullosa bajo cuya sombra Lamia tantas veces se había cobijado. Y allí donde una vez estuvo el árbol majestuoso, sólo quedaron troncos renegridos, hojas chamuscadas, trozos de musgo arrancados de las piedras circundantes, a las que la fuerza de la luz y el trueno expulsaron tan lejos.

 

Durante muchas estaciones, demasiadas, Lamia arrastró los troncos, despojó el subsuelo de los restos de raíces que se agarraban a la tierra con una fuerza impropia de un desecho. Con las piedras dibujó un círculo que el musgo pronto cubrió con su manto reforzando así el refugio que Lamia había preparado. Y entre su arroyo y el claro, este ser hecho de bosque no se dio cuenta de que una nueva primavera había traído el sol y los hayucos de las sombras circundantes, caídos y preñados en el suelo, empezaban a dar su fruto en forma de pequeños esquejes.

 

Cada estación, Lamia dejaba el abrigo de su arroyo y trabajaba incansable en la limpieza del claro. Y, con cada primavera, llevaba un nuevo hayuco, pequeño y arrugado, que enterraba con esmero el centro del círculo. Allí permanecía horas, días enteros, peinando sus largos cabellos con el peine de hueso. Esperando y suspirando. Y cada vez, Lamia derramaba una nueva lágrima sobre aquellos pequeños frutos que no hacía florecer.

 

Los suspiros de Lamia atrajeron sin duda a Humano, que cruzaba el bosque cada día. El ser etéreo intuía su presencia y, sujetando su espíritu, se refugiaba en el arroyo esperando que el sonido del agua que rasgaba las rocas del cauce amortiguara su respiración, entrecortada y anhelante. Y aguardaba a que Humano emprendiera la marcha para acercarse de nuevo al claro y comprobar si albergaba una nueva criatura arbórea sobre la que volcar sus desvelos.

 

Lamia y Humano coincidían en el bosque. Ambos escuchaban, atrapaban los jirones de olores antiguos que permanecían colgados en las ramas más altas, las que mejor guardan los secretos. Sin embargo, Lamia evitaba los caminos que él surcaba y Humano, sin quererlo, rodeaba espacios ocultos en los que el hada del bosque escondía sus hayucos a la espera de poder trasladarlos al claro.

 

Pero en la estación del viento, Humano descubrió el secreto de las flores y, suave -como susurra el viento entre las grietas altas de las cumbres-, recogió el hayuco, lo mimó y lo preparó. No reparó en tiempo ni esfuerzos. Le dedicó lo mejor de si, su parte más tierna. Y el hayuco, primero en un sombrío protegido, empezó a crecer. Al principio muy despacio, como si tuviera miedo de cada pequeño avance. Más tarde, cuando el sol consiguió atravesar las ramas más altas y robustas, sus rayos acariciaron el hayuco calentando sus raíces e impulsando un crecimiento constante y sostenido.

 

Cuando Humano reparó en que el pequeño hayuco se había transformado en un esqueje endeble y lastimoso, lo recogió y, adentrándose en el bosque, recorrió caminos y veredas hasta que dio con un claro en el que el sol vertía sus caricias durante casi todo el día. Humano se sintió cómodo en el claro. Era un círculo casi perfecto. No reparó en el muro que lo protegía: el musgo había creado un cómodo repecho en el que descansó de su caminata. Tampoco apreció el desnivel que delataba la huella de un árbol viejo, espacio sobre el que Lamia había vertido sus lágrimas una y otra vez en un vano intento por alumbrar un árbol nuevo, fuerte y consistente, bajo el que volver a peinar sus cabellos en las largas tardes que ofrece el verano.

 

Humano descubrió un espacio fértil en el que, conocedor como era del secreto de las flores, plantó el hayuco con la esperanza de que allí obtendría lo necesario para garantizar su crecimiento y permanencia. Y Humano recorrió de nuevo el bosque de Lamia, atravesando arroyos y colinas, caminos y veredas, en una senda que resultó ser más larga y árida de lo que había percibido cuando transportó el pequeño brote.

 

En su camino de vuelta, Humano atisbó de nuevo la presencia de Lamia. El perfume de las hojas que trenzaban sus cabellos se asía a su vestimenta en un baile mágico de sensaciones. Sin embargo, aquél que conocía el secreto de las flores, no era capaz de de entrever a Lamia que, atrapada en su arroyo, esperaba su marcha para acudir al claro.

 

En el centro, tierno y tímido a la vez, el brote de una nueva haya desafiaba la sombra de las grandes reinas del bosque, que velaban por el nuevo ser que enterraba sus raíces en el suelo angosto y duro que un día se vio devastado por la furia de la tormenta.

 

Y Lamia volvió a verter sus lágrimas. Las gotas que acariciaban el hayuco destilaban la alegría que sentía por el nuevo esqueje, que había arraigado. Porque, aunque siempre sería de Humano, sólo gracias a sus desvelos había encontrado el acomodo perfecto para crecer y desarrollarse.

 

Y Lamia volvió a verter lágrimas de alegría porque, algún día, también ella conseguiría al fin hacerse con el secreto de las flores y lograría un esqueje que hiciera compañía al de Humano.

 

Sin embargo, aún tendrá que pasar un tiempo para que el paso de Humano por su arroyo no la impela a correr con el fin de comprobar si el que conoce el secreto de las flores vuelve a cobijarse bajo la sombra de su haya.

El secreto de las flores

El secreto de las flores

 

Como decía, nuestros actos y palabras siempre tienen consecuencias. Necesito unos días para recuperarme de ellas. Vuelvo pronto.

Fernando Sarria

Fernando Sarria

He tomado prestado este bello poema de Fernando Sarria, porque hoy me siento así (la lluvia... debe ser). Y la foto, un regalo de M. A. Latorre.

 

Rodéame en silencio,
con tus manos abiertas
y ese dolor ronco.
Deja al tiempo la espesura
y trae la tibia luz del amanecer
junto a la cama.
Ahora somos únicos,
naturaleza en el encuentro,
poco más o menos
dos soledades buscando la palabra.

 

 

Sentimiento

Sentimiento

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Los sentimientos son como el chirimiri. No eres consciente de que cae. Sin embargo, el agua, suave y continua, poco a poco va calando. Pasado un tiempo, a veces más a veces menos, todo tu ser se ha empapado. Y ya no hay remedio.

 

La foto es de M. A. Latorre.

Hoy no me has llamado

 

 

 

 Cuando escribía, escuchaba el Nocturno número 8 de Chopin.

Hoy no me has llamado, ni me has escrito.

Pero esta mañana de sueños vacíos

estabas conmigo.

 

No me has llamado ni me has escrito

pero te esperaba.

Como cada día.

Sentada en el río, junto al haya centenaria,

donde el musgo crece,

en el lado norte, la cara vuelta buscando tu abrigo.

 

Hoy no me has llamado, ni me has escrito.

La piel perfumada y el alma en un puño

por si llegabas,

por si recordabas que espero tu beso:

el que no nos dimos.

 

Sentada en la roca,

melancólica espera en días perdidos.

jornadas eternas si al final no llamas,

si no me has escrito.

 

Cuántas veces temo que vengas a verme,

cuando no me llamas, cuando no me escribes.

Las manos temblando, el alma en un puño.

 

Porque temo siempre,

que si no me llamas, que si no me escribes,

recuerdes un día que casi lo hicimos:

casi nos amamos,

momentos inciertos en los que,

a pesar de todo,

casi nos quisimos.

 

Hoy no me has llamado, ni me has escrito.

Sin embargo,

ahora,

sueño contigo.

Se acabó

Se acabó

 

Todo principio tiene un final. Y tan verdad como que al día le sigue la noche, la tormenta más terrible siempre da paso a la calma. Todo esto para terminar diciendo que la rutina está apunto de imponerse a un verano raro en el que he exprimido el tiempo y las emociones al máximo.

 

Los últimos estíos han sido periodos de alternancia de ausencias y presencias. En la compañía encontraba el placer de su inocencia, de su capacidad para hacerme sonreír, el confort de sus abrazos. En la ausencia, dolosa y triste, esperaba, esperaba, y esperaba su vuelta.

 

Este verano ha salido el sol. Las ausencias han sido alegres porque han dejado espacio a mis aficiones, a mis amigos, a mis libros, a mi música. Y las presencias, más espaciadas, han sido felices, entretenidas, en la montaña....

 

Durante los últimos dos meses he vivido inmersa en una bola de cristal en la que cada día ha brillado el sol, la música tenía notas latinas y el tiempo parecía estirarse a voluntad. Como esos juguetes musicales a los que les das la vuelta para que nieve o brille a tu antojo, así he manejado el tiempo.

 

Esa nube negra que habitualmente proyecta sombra sobre mi bola ha estado más lejos que nunca. No la he sentido. Y si alguna vez aparecía, he soplado y soplado y soplado -como hacía el lobo en el cuento de Los Tres Cerditos- hasta que se alejaba sin mojarme siquiera el cabello.

 

Cuando la rutina se impone y mi tiempo ya no es mío, he notado algunos golpes en mi esfera de cristal, como si un martillo golpeara sin ton ni son para encontrar después un punto de apoyo y ensañarse. Pequeñas grietas se han ido extendiendo por la superficie, que no ha llegado a romperse. Porque mi bola es fuerte, consistente. Y, como las grandes obras de arquitectura, por fin parece haber encontrado el punto de tensión máxima que permite mantener la cúpula intacta sobre cuatro o cinco puntos de apoyo.

 

Aunque el martillo seguirá golpeando porque no sabe hacer otra cosa, el cristal, frágil y quebradizo, ha sido reforzado a fuego. Y, con el tiempo, esa bóveda transparente va a convertirse en una ventana al mar desde la que iniciar un nuevo viaje.

Belinda

Belinda

Con esta flor que me ha regalado Malatorre a mi vuelta de Pamplona, he divagado este poco....

 

 

Belinda es como ese pequeño ramillete de flores amarillas, llenas de pequeñas hojas que protegen un corazón rotundo y fuerte. Un impulso que late constante pero discreto.

Belinda se apoya en la pared y, protegida por los muros, observa mientras la música se desgrana por la sala. Como las olas que baten la orilla impulsadas por una fuerza suprema, su cuerpo se balancea: suavemente al principio, casi tímida.

Hoy ha venido Gustavo. Bailan juntos. Y a medida que sus cuerpos se rozan y balancean, Belinda se muestra. Una flor que despliega sus pétalos tratando de conquistar al sol. Porque el astro, con sus rayos, le otorga vida y renueva su cuerpo. Así, mientras gira, descubre la perfección de sus cuerpos acoplándose, deslizándose en una misma dirección. Mientras bailan, Belinda sueña despierta. Después, se convierte de nuevo en esa pequeña flor. Pétalos que a duras penas esconden el brote exuberante que por un breve instante ha soñado ser.

 

 

Más lágrimas

Más lágrimas

 

He despertado esta noche, cuando el silencio sonaba profundo, y he recordado tus ojos evitando mi alma.

Turbado ante el infinito, no guardas recuerdos de almohada.

Porque no los hubo.

Sin embargo, un velo doloso esconde tu cara mientras nuestros ojos bailan.

Y las lágrimas, esencia en cascadas derramada,

brotan desde mis entrañas

añorando lo que nunca fue,

supurando, sin recato,

derramándose en racimos de gotas sincopadas.

Y la foto, maravillosa, es de Miguel Ángel Latorre.

Alter Ego

Alter Ego

He visto a Lamia suspirando junto al arroyo. La luz, que se filtra por entre los árboles, se refleja en los cabellos que ella peina una y otra vez con la mirada perdida en el vacío. La humedad se derrama en lágrimas sobre el hayedo.

Su alter ego sigue sin tiempo. No hay momentos para la reflexión. Porque pensar induce a la lucha.... y está derrotada.

Escapémonos

Ecapémonos tan lejos de aquí
Distantes de todo
En la oscuridad donde no haya más
Que ver en tus ojos

Escondámonos de la multitud
Del absurdo día a día
Donde todas esas cosas que perturben
No estén más en nuestras vidas, en
nuestras vidas

Para que estemos solos amor
En un día sin fin
Sin preocuparnos más
Del que podrán decir
Donde durmamos abrazados
Y si entonces nos sorprende el amanecer
Saber que estás ahí
Que estamos solos

Escapémonos por necesidad
Nos debemos tanto
Si el amor está, no hay porqué esperar
El dónde o el cuándo

Escondámonos de la multitud
Del absurdo día a día
Donde todas esas cosas que perturben
No estén más en nuestras vidas,
en nuestras vidas

Para que estemos solos amor
Y el universo se nos quede en un abrazo
Donde se esfumen esas dudas
Y esos miedos que nos quedan del pasado

Para que estemos solos amor
Es un día sin fin
Sin preocupaciones más
Del que podrán decir


Gorda

Gorda

Hola, me llamo I. y "soy gorda". Esto, que es casi una declaración de principios, podría recordar a cualquier reunión de alcohólicos anónimos o de ex drogadictos.

A mí me ha costado mucho tiempo darme cuenta de que la comida constituye para mi una adicción igual que puede llegar a serlo el tabaco, las drogas o el sexo para otros. Posiblemente me doy a la comida porque no me puedo dar a ninguna de las otras tres opciones. El tabaco lo dejé hace muchos años (casi al mismo tiempo que dejé de morderme las uñas), nunca he probado las drogas y siempre he sido bastante "antigua" en el tema del sexo (cuando digo "antigua" léase fiel, comprometida, respetuosa....).

Desde la perspectiva que me da la madurez, soy consciente de mis defectos y debilidades. A pesar de una fuerza de voluntad férrea para desempeñar mi profesión y atender a mis deberes más inmediatos, la fragilidad e inseguridad que acompañan mi vida se cuelan por pequeñas grietas que el blindaje que he llegado a establecer se ha olvidado de cerrar. Por ellas se escapan las dudas en la educación de mi hijo. Por esas rendijas se deslizan mis inseguridades laborales. También por esos huecos pasan mis deseos más ocultos... que tienen que ver con palabras que empiezan por mayúscula: Amor, Familia, Amistad, Lealtad...

Desde que tengo memoria, todos mis retos han terminado con una comilona. Al igual que ha ocurrido con mis fracasos. Cuando estudiaba en la Facultad mis semanas de exámenes se saldaban con cuatro o cinco kilos de más porque sólo la comida era capaz de calmar la ansiedad con la que afrontaba las pruebas. Al recibir las notas, celebraba comiendo mis excelentes resultados. Comiendo olvidaba mis primeros fracasos amorosos y ahogándome en comida solucionaba mis dudas e inquietudes.

Con el paso del tiempo, y después de ver cómo mi cuerpo ha ido cambiando a lo largo de los años, me he dado cuenta de que yo no "parecía" gorda. Yo sólo "era" gorda en mi mente. De tal forma me empeñé en serlo que finalmente lo conseguí.

Mi gran fracaso vital se saldó con un aumento de veinte kilos, que consiguió situarme por fin entre las féminas de "talla grande", con los problemas que ello conlleva. Durante siete años he tenido problemas para encontrar ropa de mi talla, para -una vez adquirida- no verme bien con lo que conseguía ponerme.

Desde ese profundo pozo en el que he vivido una larga temporada, finalmente recordé esa fuerza que desde siempre me acompaña y, paso a paso, escalé las paredes hasta casi llegar al brocal. Desde ahí, sentada a horcajadas, contemplo en este momento lo que me rodea. Todavía sufro riesgo de caídas. Algunos días, aunque me agarro con fuerza a los bordes, noto como resbalo y vuelvo a atisbar la negrura del fondo. Sin embargo, trato de que esa fuerza que me acompaña prevalezca al canto de sirena que me confunde y me lleva hacia otros mundos.

Hola. Me llamo I. y "sigo siendo" gorda.

 

La Carta

La Carta

Se escucha el viento. Sopla moviendo las hojas de los árboles al tiempo que la pluma rasguea el papel en trazos dudosos. Las manchas de tinta sobre la hoja blanca son como borrones inciertos de nubes tempranas. Recta la espalda, el brazo doblado. La cabeza reposa a un lado tratando de encontrar el camino adecuado. Entre el corazón y la palabra. No obstante, la senda que une ambos mundos es ardua, no exenta de errores. Y en los márgenes acechan pensamientos traidores a la espera de un desliz. Un resbalón inesperado que permita a la palabra verbalizar ideas inconexas que prostituyen la realidad del corazón.

Mientras el viento agita el paisaje, el alma se debate por llegar a la palabra. Pero la hoja sigue blanca. La savia que fluye a través de la pluma no dota de vida a un papel que permanece exangüe y agotado. El corazón bombea: sentimientos, deseos, esperanzas, anhelos. La palabra atisba imágenes de todo ello más no contribuye a ponerles un nombre. Por eso, una carta sigue sin ser escrita.

Ella se sienta cada tarde. Contempla las flores del alfeizar mientras atisba el susurro que producen las hojas en una caricia leve, temerosa, de la que espera que aprendan el corazón y la palabra. Sin embargo, cuando cada tarde coge el papel y prepara la pluma, la senda que une ambos mundos se llena de obstáculos que impiden el paso de ideas y las llenan de broza y añaden cargas inútiles en un viaje demasiado largo y cuando al final un sentimiento llega al papel ha cambiado tanto que el corazón no lo reconoce. Sin embargo, la palabra lo hace suyo, lo asume y traslada.

Cuando la carta llega a su destinatario, las palabras han manipulado el corazón y todo se ha vuelto una gran mentira.

(Como sigo sin saber insertar la música en la página, los que queráis podéis pinchar en este enlace y escuchar lo que yo quiero transmitir)

La foto es de F. González

Poema

Poema

Para él, pues aún ignorándolo, ha calentado mi corazón devolviéndole la vida.

La foto es de Miguel Ángel Latorre y el poema, que traigo desde el blog de Le Mosquito , es de Nizar Kabbani, traducido por María Luisa Prieto.

 

Cada vez que viajo en tus ojos

siento que monto en una alfombra roja,

me eleva una nube rosa

luego otra violeta

y giro en tus ojos, amor mío,

giro, como la tierra.

Tarde de domingo

Tarde de domingo. Un Nocturno de Chopin. Tristeza y melancolía.

El cielo ha nacido azul pero hoy todo parece cubierto de un vaho de niebla y sombra.

Incluso el agua del río que recorre la ciudad se asemeja al mercurio gris.

Un vaho de luz opaca esconde hoy la alegría. Me ahogo en mi soledad.

Soñaba anoche que encontraba una nueva luz, un faro que el sol anula porque resulta ser espejismo.

Pena de domingo. Tarde de Chopint. Nocturno... "Melancolía".

Lamia y Humano

Lamia y Humano

La nostalgia que ha sacado a Lamia de su letargo esta mañana discurre pareja al arroyo junto al que peina sus largos cabellos. Con cada pasada, el peine de hueso que acaricia su melena deshace las hebras en dulces cascadas de seda. El rumor del agua, que acompasa sus movimientos, se desliza entre las hojas haciéndose hueco a través de los cúmulos verdes de musgo aferrados a la roca.

 

Lamia inclina su cabeza tratando de captar el lejano murmullo de las hojas más altas de las hayas que guardan sus secretos. Las esquirlas de aire que traspasan los haces de luz hablan de una historia que aún está por llegar. El bosque entero, en complicidad con el viento, desvía los rumores creando en torno a Lamia una corriente circular preservándola del resto.

 

Pero Lamia espera a su Humano. En los lejanos años de su despertar, Mary le habló de un futuro incierto, poblado de seres ajenos a su naturaleza. Un lugar en el que todo le resultaría extraño y para el que volvería a nacer a través del amor.

 

Mientras Lamia deja el peine sobre la roca y juguetea con sus dedos en la espuma que el agua crea al pasar sobre las hojas, éstas palidecen tras su paso, en simbiosis con la roca, sirviendo de lecho al arroyo que discurre en un viaje hacia otro mundo.

 

Poco a poco el aire cambia permitiendo que el viento susurre en su oído ecos lejanos. Un rumor de pasos temerosos que se adentran en la espesura viene a mezclarse con un suspiro hondo y profundo. Lamia alza sus ojos hacia esa estela de olor desconocido que penetra la espesura como un dardo que busca su diana. Tan cerca y tan intenso que Lamia estira sus dedos, tratando de asir lo imposible. Tan cerca que la luz que le precede casi la ciega. Pero Lamia, junto al río, vuelve a peinar sus cabellos.

 

La foto, que me ha inspirado (y mucho), es de Miguel Ángel Latorre

Cha, cha, cha

Cha, cha, cha

Hemos vuelto a bailar. Tu piel contra la mía.

Equilibrio de fuerzas contrarias.

Combate de euforia y miedo, materia y espíritu.

Desencuentro melódico en un dos por cuatro.

Mientras mi alma te anhela,

en esta búsqueda longeva de pasos desiguales,

mi cuerpo, ajeno al roce exacto de cuerpos y deseos.

Cha, cha, cha: chapoteo ligero.

Mi mente aletea asustada: siento tu piel contra la mía.

Ojos ajenos espían nuestras miradas.

Tu aliento resuena sobre las gotas de sudor resbalando en mi espalda.

Envidia de este baile que marcamos enredados en un sinfín de abrazos y caricias.

¡Lástima de baile! ¡Qué pena de miedo!

Miedo a sentir: tu piel contra la mía.

Soledad

Soledad. Amante ingrata.

Te busco y no estás.

Si te rechazo, me ahogas.

Soledad. Cruel. Ingrata.

Rozando su cara

Rozando su cara

Suave y aterciopelada, duna en invierno,

la piel de tu rostro resbala en mi mano.

Acción desmedida.

La niebla ha extendido su manto de nubes

sobre mi almohada,

gotas de escarcha en lágrimas rotas perlaban tu cara.

Caricia indiscreta en un pómulo suave.

No te gusta. Empeño imposible,

Hollaré la arena y construiré montañas a partir de nada.