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Chema Lera y su Bestiario (I)

Chema Lera y su Bestiario (I)

 

Chema Lera, uno de mis tres ángeles de la Guarda, presenta esta tarde en el Ámbito Cultural de El Corte Inglés su último trabajo: Bestiario Ilustrado de Aragón. Seres Fantásticos. Lo acompañarán Antonio García Omedes y Natalio Bayo. Voy a estar allí y os lo contaré. De momento os dejo una de las ilustraciones que Chema cuelga en su blog y que representa a una Lamia.

Quiero ser como ella

Quiero ser como ella

Yo quiero ser como ella. Si. De mayor quiero ser como ella. Y no porque el ministro de Trabajo le impusiera el viernes la Medalla de Oro al Mérito en el Trabajo. No. Ni tampoco por las colaboraciones periodísticas que aún hoy sigue realizando. No. Ni siquiera por el hecho de que sigue siendo un referente para toda la profesión.

 

Yo de mayor quiero ser como ella: una persona íntegra, honesta, cálida, amiga de sus amigos, madre entregada, excelente profesional y mejor persona. Yo quiero ser como ella, que el viernes consiguió reunir en la Delegación del Gobierno en Aragón a varias generaciones de periodistas que la reconocen como una maestra indiscutible. Ella, sobre la que excelentes profesionales de la comunicación de esta Comunidad Autónoma han dedicado palabras laudatorias. Ella, que siendo como es, en el acto de entrega de la Medalla, no habló de sí misma y, sin embargo, tuvo palabras de recuerdo para todos los compañeros que en estos momentos atraviesan momentos difíciles. Ella, que supo reivindicar una vez más la dignidad de una profesión puesta en entredicho un día si y otro también. Ella, que insistió en que la costumbre le hubiera llevado a situarse al otro lado de la noticia, junto a quienes empuñaban un micrófono y preguntaban al ministro de Trabajo sobre una posible reforma del mercado laboral.

 

Yo de mayor quiero ser como ella. Ella, que al final de su discurso tuvo unas breves palabras para sus tres hijos, de quienes afirmó que habían sido sus cómplices sentimentales. A quienes agradeció su generosidad, porque merced al tiempo que les ha hurtado, ha sido capaz de desarrollar lo que, desde muy temprana edad, ha sido, más que su profesión, su vocación.

 

María José habló en su discurso de lo importante que son los compañeros sentimentales. Ella se refirió a Natalia, Diego y Laura porque ellos han sido quienes a lo largo de todos estos años le han acompañado y han sufrido las consecuencias de vivir una profesión tan intensa y profundamente como ella lo ha hecho. Ellos, que sienten absoluta devoción por una madre que siempre ha estado a su lado cuando ha sido preciso. Una madre que a la que no le duelen prendas asegurar que es de sus hijos de los que más orgullosa se siente siempre.

 

Por todo eso, de mayor quiero ser como ella. Porque, además, vivo cada uno de sus logros y éxitos como si fuera propio. Porque, sin duda alguna, además de mi mejor maestra, es una de las personas a las que más quiero.

La foto, aquí.

Cumpleaños

 

P. nació hace doce años, un día como hoy. Pasado el tiempo, empiezo a pensar que fue a partir de ese momento cuando mi vida inició una senda que me ha llevado por paisajes agrestes en los que la ternura y el amor de P. me han ayudado a crecer. Él es sin duda la persona que más me preocupa y, sin duda también, la que más alegrías me aporta.

 

Cada mañana, aún cuando su físico y su mente corresponden a un muchacho de doce años, sus ojos, azules como un día de primavera y herencia de esa parte del Norte que lo habita, me hablan de una inocencia intacta, de un amor incondicional.

 

Por todo eso, por su sonrisa, por su alegría, doce años después sigo pensando varias semanas antes de que llegue este 19 (un 19 dichoso por fin) cómo puedo sorprenderlo y de qué manera conseguiré que éste vuelva a ser un día especial. Y en esta tarea consigo implicar también a su abuela, sus tíos, sus primas, sus amigos, los míos, mis compañeros... Y así, cada 19 de febrero, viéndolo feliz, crece en mí un orgullo tan profundo como incondicional es el amor que le profeso.

 

E intento que perdone mis ausencias, mis enfados, que me olvide de comprar sus plátanos, que nunca recuerde las citas con el dentista o el pediatra, que siempre llegue la última y me vaya la primera de las reuniones del colegio, los momentos que empiezo a robarle porque los necesito para mí, el día que olvidé ir a buscarlo al autobús, las mañanas que salgo corriendo antes de que termine su desayuno, las alubias verdes y las espinacas de bote, las conversaciones por teléfono interrumpidas, los fines de semana cambiados...

 

E intento que entienda que no he tenido elección.

 

 

(La canción, antigua antigua, le encanta. Y nos hace reír a ambos siempre que la escuchamos juntos. Y juntos la cantamos a voz en grito).

Los hombres que no amaban a las mujeres

Los hombres que no amaban a las mujeres

 

Este fin de semana he puesto fin al libro de Stieg Larsson, "Los hombres que no amaban a las mujeres". He de reconocer que, aunque las pasadas navidades, el libro me llamó la atención desde el escaparate de "La Casa del Libro", el título me disuadió de llevármelo a casa. Sin embargo, no pude resistirme a sus cantos de sirena demasiado tiempo y, sobre todo, no quise obviar las recomendaciones de algunos amigos que lo habían leído o se encontraban inmersos en su lectura.

 

"Los hombres que no amaban a las mujeres" es un texto de contenido duro al que le cuesta arrancar y tienen un final inesperado. He de reconocer que precisamente las palabras de quienes me habían precedido en su lectura me animaron a continuar porque contrariamente a lo que hice durante mucho tiempo (es decir, leer cualquier cosa que caía en mis manos de principio a fin sin reparar en su calidad ni su contenido), a estas alturas no me duelen prendas en dejar inconclusa una lectura que no me atrapa, no me atrae o no me dice nada. El tiempo es tan escaso que es preciso gastarlo con diligencia.

 

Evidentemente, no ha sido el caso de la obra de Stieg Larsson, una publicación que su autor no llegó a ver porque falleció poco antes de que saliera a la luz pública. Su libro retrata paisajes que no me resultan desconocidos.

 

Pero no voy a hablar de la dureza del libro, ni de cómo sufren sus mujeres protagonistas. Y no lo voy a hacer atendiendo a la sugerencia que alguien, a quien encontré por casualidad el pasado viernes y cuya presencia fue una sorpresa muy agradable, me hizo en el sentido de que dote a mis escritos de una mayor alegría. No tengo yo la sensación, y ya lo he dicho antes, de que mis escritos sean tristes. Sólo son reales.

 

Pero en cualquier caso, sirva este post para hablar de hombres que sí aman a las mujeres. Y creo que el primero de la lista está siempre mi cuñado, que ama a mi hermana desde que casi tengo recuerdo y que ha luchado por ella y junto a ella durante los últimos años. Un hombre que siempre ve la vida en su justa medida y que pone ese poso de serenidad a todo lo que hace aportando a la familia el equilibrio preciso.

 

Otro hombre que ama a las mujeres es D., que no sólo cuida a su mujer como si acabara de conocerla sino que también quiere y respeta a sus amigas en la misma medida o mayor en la que ellas lo hacen con él.

 

También P., a quien reencontré hace poco tiempo después de muchos años, ama a las mujeres. Las ha amado siempre. Y ha velado por ellas atendiendo a sus más nimios deseos. Cuidando esos pequeños detalles que nos hacen sentirnos felices.

 

Y creo, en definitiva, que acabo de conocer a otro hombre que ama a las mujeres. De sus palabras deduzco que siempre se ha encontrado cómodo entre ellas. De las féminas dice haber aprendido muchas cosas. Hacia ellas demuestra un respeto constante.

 

Pensar en ellos me reconcilia con el género opuesto. Y, además, siempre que pienso en ellos sonrío. Bueno, he de confesar que algunos me hacen sonreír más que otros. Aunque los quiero a todos. Bueno, también he de confesar que a uno más que a los otros.  

Más flores

Más flores

Tengo en mi casa, encima de la mesa de la cocina, dos pequeños manojos de flores amarillas. De esas que crecen libremente junto a las veredas. Parecidas a las que uno puede encontrar cuando un domingo por la mañana sale a dar una vuelta por los campos de los alrededores. Muy similares a las ves cuando recorres un sendero de montaña. Parecidas a aquellas que, cuando éramos pequeños, arrancábamos sin cuidado en una carrera desenfrenada por llegar al final del camino antes que nadie.

 

Son dos pequeños ramilletes de un verde musgo en el que las flores, de amarillo intenso, se yerguen orgullosas durante el día y se vuelven tímidas al abrigo de la noche escondiendo su rostro y velando sus pétalos hasta que el amanecer les devuelve a la vida.

 

Las flores que han llegado a mi casa no tienen el relumbrón que presentan esas grandes margaritas que se asoman a los escaparates de algunas floristerías, ni el perfume insípido de los frutos de invernadero, ni los pétalos perfectos que sólo el jardinero consigue a base de injertos y humillaciones.

 

Nada de eso. Mis flores, las amarillas, tienen la fortaleza que les ha conferido una tierra parda, la tristeza de una tarde de invierno en la que el cierzo ha soplado hasta casi arrancarlas de su base, la humedad de esa lluvia que cae constante y liviana pero que empapa los campos. Mis flores, las amarillas, tienen imperfecciones, rasguños, heridas profundas también, fruto de los vaivenes a los que las ha sometido la corriente que genera el viento cuando sopla cerca del agua y levanta las hojas. Esas niñas mimadas del viento, que viajan sin orden ni concierto. Esas criaturas caprichosas que unas veces suben y otras veces bajan. Esos vestigios que resisten el invierno a la espera de una primavera que cada día está más cerca.

 

No recuerdo cuándo fue la última vez que hubo flores en mi casa. Quizá coincida con aquel tiempo en el que aún sabía besar. Pero si de algo estoy segura es de que aquellas fueron flores de invierno, frías, sin aroma, perfectas y duras. No como las que ahora adornan mi casa. Mis flores, las amarillas, han traído un calor desconocido. Una ternura que emociona. Un aroma tan intenso que, aún cuando no estén, seguirá impregnando cada espacio de mi hogar. Una luz que se refleja en todos y cada uno de los pétalos de todas y cada una de las flores amarillas de esos dos ramilletes verdes. Mis flores, las amarillas, las que han llegado por sorpresa, sin saber muy bien cómo ni cuándo, han conseguido además aflorar algunas preguntas que aguardaban ocultas en un corazón puro. Preguntas directas, duras, incisivas, ansiosas de encontrar respuestas. Preguntas que duelen pero que alumbran una nueva certeza. Preguntas que otros querrían formular y por respeto no plantean. Preguntas que sólo la inocencia con la que se expresan convierten el dolor de la respuesta en una herida más liviana.

 

Mis flores, las amarillas, duermen ahora acunadas por el fondo acuoso en el que se bañan.

Mis flores, las amarillas, esconden sus pétalos. Tímidas, vergonzosas.

Mis flores, las amarillas, despertarán mañana con el valor que les dio la tierra.

Mis flores, las amarillas, volverán a desplegar sus pétalos con el esplendor que sólo un sol radiante permite.

Mis flores, las amarillas, suspirarán con la caricia del rocío.

Mis flores, las amarillas, extenderán sus pétalos y, unidas, aguardarán el verano.

 

La foto, aquí.

Sol y Margaritas

Sol y Margaritas

 

Por fin ha salido el sol. Todo el fin de semana. Y hoy también. Y seguro que va a seguir brillando. Lo ha debido arrastrar esa corriente caudalosa que me brinda susurros del Norte. Y sé que va a seguir brillando porque el viernes pude ver las primeras margaritas de la temporada. Habían colonizado todo un parterre de césped que, aunque no recibe demasiada luz, lucía una alfombra informe de color blanco. Desde siempre, la visión de estas primeras margaritas me ha traído noticias de la primavera. Una época que también se anuncia en las yemas que los árboles marchitos empiezan a mostrar desperezándose de un invierno largo y frío como el que está acabando.

Aunque el frío se resiste a abandonar la ciudad, el sol poco a poco irá ganando espacio y sus rayos y su luz nos devolverán la vitalidad que los meses blancos nos restan.

 

La foto, aquí.

On a hot roof

On a hot roof

 

Bajo las tejas, la oscuridad que inunda el alma

esconde jirones ajados,

retazos de vidas antiguas superpuestas,

enlazadas, muertas.

 

Entre las tejas, surcos profundos preñados de ausencias,

se oculta la escarcha.

Y en ellos, las hojas, niñas mimadas del cierzo,

empapan el dolor de la espera.

 

Sobre las tejas, donde nunca miras,

creció un tapiz de ternura

en el que las risas, huérfanas eternas,

han calentado su urdimbre

dibujando el sol y la niebla.

 

Foto: M. A. Latorre

Cosas que preferiría no saber

 

Hay cosas que preferiría no saber. Porque me hacen daño; porque no me gustan; porque hacen tambalear planteamientos largamente analizados,; porque me dan pistas sobre el dolor ajeno; porque se instalan en el centro del cerebro horadándolo de dentro hacia fuera y de poco a mucho; porque hacen que me despierte de madrugada; porque me sitúan en un lugar en el que no deseo estar aunque haya sido elegido; porque me convierten en alguien nocivo; porque me hacen pensar que no soy quien yo creo ser; porque me llevan a terrenos procelosos que, por desconocidos, me asustan; porque me hacen dudar; porque me llevan a situaciones que creía superadas; porque ya soy muy mayor para aventurarme en paisajes exóticos; porque me instalan en la duda permanente; porque me hacen daño. Porque me hacen daño... hay cosas que preferiría no saber.

El Mundo

El Mundo

Puedes ser solamente una persona para el mundo pero para una persona tu eres el mundo.

 

La foto, aquí.

El color de la semana

El color de la semana

 

Durante muchos años, y aunque ya no recuerdo las equivalencias exactas, los días de la semana tenían diferentes colores para mí. El mejor día era siempre el jueves. Hacía mucho tiempo que no pensaba en ello pero hoy, merced a un pequeño detalle, leo mi jornada en verde y rojo. A pesar de ser lunes, es un día alegre, redondo, completo, tierno, nuevo, esperanzador y sobre todo, sobre todo, verde y rojo. Muy rojo.

 

 

La foto, aquí.

Más Lamia

Más Lamia

 

En el centro del hayedo, junto al arroyo, Lamia peina sus cabellos. Espera que llegue el sol, ése que trae la primavera y que sin quemar calienta. El ruido de las hojas que cubren el sendero delata a Humano. Y Lamia ha extendido sus dedos, suspirando por un roce tan suave, tan leve, que casi ni lo siente.

 

La foto, llena de luz azul, viene de aquí.

El Cronista de la Red

El Cronista de la Red

Ando un poco en las nubes esta semana y no me da la vida para mucho. Por eso se me ha hecho un poco tarde para contaros que hay una nuevo número de El Cronista de la Red en el mundo éste del internet. Esta iniciativa, que coordina con pasión y entusiasmo Luisa Miñana, aborda en esta ocasión los siguientes temas:

 

    -         Literatura y cine/ Mas allá del Spaghetti/Western, por Pablo Lorente (a propósito de "Vivo o muerto"- Tropo Editores)

-         La mirada oblicua, por Berna Wang

-         Faros, por Fernando Sarría

-         París, por Miguel Angel Yusta

-         Un día de Cronista, por Emilio Gil

-         Sinfonía inacabada, por María Dubón

-         Sobrenombres 12, Francisco Carrasquer y el libro "Ascaso y Zaragoza. Dos pérdidas: la pérdida", por Marisancho Menjón

-         Del verde al rojo, por Miguel Angel Latorre

-         Voladuras, por Chema Lera

-         Anthony and the Johnsons, por Rafa Lobarte

-         Todo Pintura, por Berta Lombán

-         Viaje a Nepal, por Marisa Lamarca

-         Nuestras palabras, por Marisa Lamarca

-         Goya y el mundo moderno, reseña de la exposición en el Museo de Zaragoza

-         Libros en Aragón: reseñas sobre "Epipsychidion", "Mula de carga" y "Abierto para fantoches"

     -         Nuevas miradas: las viñetas de Chorche Nogueras

Fernando Sarria

Porque él lo expresa tan bien... Porque me gusta lo que dice.... Porque me siento un poco así.... Porque vengo del silencio... un silencio que empieza a llenarse de palabras... Porque yo sueño también con mundos distintos y los veo en cada gota de rocío o en cada hoja de mis hayas.... Porque también soy simple... Porque no sé si llegan a cuatro verdades pero alguna certeza he obtenido... Porque mis manos se quedan huérfanas después de un roce tan dulce...

Por eso, traigo aquí un nuevo poema que Fernando Sarria publica en su blog.

 

Vengo desde el silencio,
un desierto de invierno me precede
y hace sofismas de la lluvia
como si en su toga se escondieran
las cuatro verdades que conozco.
Soy tan simple
que veo en cada gota de rocío
un mundo apresado en su infinito sueño
y ese rumor de campanas
y restos de estrellas
que quedan en mis manos cuando te tocan.

Cometas en el cielo

 

"Cometas en el Cielo" es la primera novela de Khaled Hosseini, un médico afgano-estadounidense, hijo de diplomático. El título nos remite al principio y el final de una novela en la que el peso de la culpa acaba llenando todas y cada una de sus páginas. Una novela llena de nostalgia, de dolor por el pasado perdido y de dolor por unas acciones cuyas consecuencias se han dilatado a lo largo de los años y de las dos generaciones que protagonizan el relato.

 

Dado que esta entrada no pretende ser una crítica literario sino más bien una valoración personal, he de confesar que la historia me atrapó desde la primera página y me mantuvo en vilo hasta la última. Además, me demoré (cosa que jamás hago) en su finalización por el mero placer de, por un día más, seguir envuelta en ese silencio tan doloroso que impregna sus páginas.

 

De todo lo leído quiero destacar un momento que para mí ha tenido especial significado y es el de la conversión o vuelta a los orígenes del protagonista. Quizá por la importancia que mi propia historia y ascendencia tienen para mí.

Blogia

Empiezo a estar hasta el moño de Blogia. No hay forma de actualizar el blog. Os pido disculpas....

 

Sentir

 

Aunque en ocasiones la ternura se doblega ante el cierzo, que cambia de rumbo y trae el más puro invierno; otras veces, el bálsamo suave de una voz restaña las más profundas heridas del alma.

 

 

Caricia leve.

Así es tu aliento.

Casi lamento. Un susurro impreciso.

Escarcha y cierzo anudan tu ausencia

pariendo un vacío, tan oscuro y denso,

que atenaza el alma y la viste de invierno.

 

Vacío

Vacío

Ha paseado tan cerca del cielo… saboreando casi su textura,  

 

que, al saltar para atrapar las nubes, jirones de escarcha arañaron sus manos.

 

Y, de nuevo, el vacío avasallando su alma.

 

Y el silencio, compañero inevitable, ya no era un consuelo.

 

Porque el camino, siempre duro cuando dibuja paisajes de ausencia,

 

emulaba al juego.

 

Y es entonces cuando el vacío llenaba el espacio que antes ocupó el cielo.  

Foto: Carlos Sancho

Fernando Sarria

Fernando Sarria recibe esta tarde en la Delegación del Gobierno un premio por su poemario "El Alhaquín".

Para variar, y aunque me había hecho la firme intención de acompañarlo, cuestiones laborales me van a mantener alejada de la cita.

Sin embargo, aplaudo desde aquí ese merecido reconocimiento de la mejor manera posible, es decir, reproduciendo uno de los poemas contenidos en su libro.

Porque yo también sé de los olvidos y de las estaciones intermedias. Y porque, sobre todo, aunque soy de natural impulsivo, he aprendido a esperar.

 

Mañana te habrás ido en un tren nocturno
pero ya sé de los olvidos tantas cosas
que nunca temo a las estaciones intermedias.

¿Química o amistad?

¿Química o amistad?

 

¿Topillo de la pradera o de la montaña? No lo tengo claro... Sólo me parece que evoluciono (como los pokemon).

 

La respuesta a este enigma: El País (Vida &Artes)

 

No me lo tengáis en cuenta.
A veces cuando uno duerme poco y piensa mucho... éste es el resultado.

La foto, aquí.